Vivo en el país de los muertos. Es un país de los muertos sin glamour. Tal vez por esto ni Brad Pitt ni Angelina Jolie acuden en nuestra ayuda. ¿Por qué no nos rescatarán cuando más lo necesitamos? Los muertos caminan por las calles con total impunidad. En fin, no es solo que caminen por las calles. Si hemos de ser sinceros, hace tiempo que las aceras de las ciudades se encuentran atestadas de cadáveres andantes que, en ocasiones, incluso, sonríen y nos dan los buenos días. El problema es que estos muertos vivientes salen por la tele en horas de máxima audiencia, copan los titulares de prensa, protagonizan todas las conversaciones. El olor a carne podrida empieza a ser insoportable. Para calmo, a la gente le encanta esparcir los pedazos de carne putrefacta que los muertos vivientes dejan tras de sí. Dicen que es por el bien de todos, pero hay sonrisas de satisfacción que hielan la sangre. Pero sí, hay demasiados muertos. Día a día se amontonan y no podemos más que ofrecerles nuestra perplejidad. Hace ya tiempo que rebasamos la etapa de la incredulidad. Ya casi nos habíamos olvidado del cadáver sonriente de Zapatero, incluso del cadáver estirado de Arenas, cuando Rubalcaba decidió sumarse a la legión de muertos vivientes que pululan por las distintas televisiones. Y nos estábamos acostumbrando a su semblante-zombie cuando, oh sorpresa, Rajoy y Cospedal decidieron engrosar las filas de los muertos, y mejor lo dejo aquí. Hay muchos muertos en el país de los muertos. Un país de los muertos sin glamour.
Publicado en el diario ULTIMA HORA el pasado martes 23 de julio