A veces dejo de mirarme el ombligo; los músculos del cuello así lo exigen. Alzo la cabeza y pongo a funcionar ojos y orejas. Sobre la salud de mis aparatos auditivo y visual prefiero no pronunciarme. La cuestión es que me he percatado de que sociedad (es decir, economía) y literatura corren destinos paralelos. Según los informes redactados por mis sistemas espías, nos encaminamos hacia un modelo en que la parte central, la llamada clase media, se adelgaza, pierde miembros, mientras que los extremos, esto es, los que se sitúan en las partes superior e inferior, es decir, los ricos y los pobres, se incrementan (más unos que otros) y, sobre todo, se distancian entre sí. Lo mismo sucede con la literatura. Nos encaminamos hacia un modelo en que los que venden mucho, los llamados best sellers, seguirán, al menos por un tiempo no necesariamente corto, vendiendo mucho, posiblemente más, mientras que el resto, adelgazada la clase media, subsistirá gracias a sus habilidades en el marketing y al tiempo dedicado a su visibilidad en las distintas redes sociales. Esto, evidentemente, supone un empobrecimiento. Y todo empobrecimiento, a la larga, acarrea consecuencias negativas para el lugar donde se produce: un país, una literatura. Pero es martes y es verano y a quién pueden interesar estas reflexiones superficiales. Ya les dije que prefería no pronunciarme sobre la salud de mis aparatos auditivo y visual, por no hablar de mi cerebro. Mejor agacho la cabeza y vuelvo a mi ombligo. Es profundo, mi ombligo.
ULTIMA HORA, 16/07/13