viernes, 30 de agosto de 2013

Levrero, Céline, piscinas

(martes, 06 de agosto de 2013) Horas muertas en el aeropuerto de Barcelona. Sin libro. Decido descargarme El lugar, de Mario Levrero. A las pocas frases ya estoy enganchado tal como me pasó la primera vez que leí esta novelita. No es lo mismo leer en la pantalla de mi móvil que hacerlo en formato libro tradicional. Pero no importa. Estas horas han dejado de ser horas muertas; están llenas, ahora, de habitaciones y palabras. (lunes, 12 de agosto de 2013) Ando releyendo Viaje al fin de la noche, de Céline. Leo y tomo notas. Por si finalmente puedo participar en las Conversaciones de Formentor. Algo medianamente inteligente voy a tener que decir. Todo un reto. Por lo demás, ya finalicé la relectura de El lugar, de mi admirado Levrero. Sin duda, la mejor de las tres novelas que conforman su trilogía involuntaria. (miércoles, 21 de agosto de 2013) Sigo releyendo a Levrero. Le tocó el turno a La ciudad. Habla, la novela, de nuestro paso por la vida, de lo perdidos que estamos en este tránsito. Todo, en apariencia, es absurdo, y al final nos despedimos sin haber comprendido nada, pero intuyendo (o queriendo creer) que tras tanto absurdo hay un orden, eso sí, un orden incomprensible para nuestra escasa inteligencia, una especie de plan secreto. Me resulta estimulante la lectura de Levrero. 

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Dejen atrás sus prejuicios y lean, si no lo hicieron aún, Viaje al fin de la noche, de L.F. Céline, una de las novelas más influyentes del siglo veinte. De hecho, diría que, después de su publicación (1932), básicamente existen dos tipos de escritores: los celinianos y los proustianos. Sí, hablamos de cuando Francia aún era el centro cultural del mundo. Y sí, ya sé, las ideas antisemitas de Céline eran y son infectas, propias del mayor de los cerdos, lo cual viene a demostrar algo que, cada cierto tiempo, conviene recordar (si bien ya se convirtió en un lugar común): la genialidad no va ligada a la bondad, ni siquiera a la capacidad de discernimiento. Imagino que a todos nos viene a la cabeza algún que otro nombre, además del de Céline. 


Piscinas iluminadas es una guarrada, me dice. Me quedo pasmado, sin capacidad de reacción. Además, continúa, me parece que tienes un problema con el esperma. Parece que para ti sólo hubiera dos clases de mujeres, las que se lo tragan y las que no. No exageres, me defiendo, te estás centrando en un aspecto incidental de la novela. ¿Que no? De todas queda claro cuál es su postura al respecto. La mujer del protagonista no lo hace; en cambio, la ex novia aquella a la que a veces recuerda, sí. La mulata del quinto sin ascensor, también. Luego, la guarra de la historia que el protagonista escribe, si es que he entendido la novela, seguro que también lo hace, vista su perversidad, aunque no se especifique. Estás haciendo trampa, digo. ¿Te has oído? Vista su perversidad… Tal vez seas tú la que tiene un problema con eso. No ves más allá. Por otro lado, no creo decir nada al respecto de la vecina. Dirás lo que quieras, responde, pero tu novela es una guarrada. Mira, digo, no voy a entrar en eso. En fin, ¿la leíste hasta el final? Sí, concede. O sea, digo, que tan terrible no debe ser, ¿no? No, sonríe, en realidad me ha gustado, pese a sus excesos. Pero es una guarrada, sentencia. Bien, digo, he recibido críticas peores.