domingo, 25 de agosto de 2013

Limpieza y absorción, siete poemas

Limpieza y absorción está dividido en siete partes. Cada una de ellas, consta de seis poemas. Ofrezco, en esta nueva entra, un poema perteneciente a cada una de las partes.


"Limpieza y absorción". Editorial Delirio, 2011


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EL HOMBRE SIN SONRISA SE SINCERA
O LA VIDA DESPUÉS DE LAS MODELOS

El café y los nervios echaron a perder mi sonrisa.
Antes tenía una sonrisa estupenda.
Las amigas de mi madre se enamoraban
perdidamente de mí. Llegué a rodar varios spots publicitarios.
Cereales, promociones residenciales en la Manga del Mar Menor,
entidades financieras, ese tipo de cosas.
Alcanzada la mayoría de edad, tuve algún que otro romance
con modelos y chicas del business show.
El más sonado fue el protagonizado con Miriam Reyes,
antigua chica Hermida y Dama de Honor en el certamen
de Miss España 1991. El público estaba con ella,
España entera estaba con ella, pero el jurado
o quien quiera que fuese
decidió que todos estábamos equivocados.
Manías de los expertos, ya se sabe.
Detalles que los legos en la materia no llegamos a comprender.
Siempre me gustaron las modelos. Irreales, escuálidas,
encantadoramente esquivas. Es cierto que una leyenda negra enturbia
sus vidas de pasarela y excesos, pero yo siempre amé
las leyendas negras. El lujo, las drogas, los hoteles.
Cómo no amar todo eso. El sexo con las modelos es fantástico,
parece que te regalen la vida y, ciertamente, te la regalan.
Pequeñas diosas anoréxicas, hijas suicidas de la posmodernidad.
Quien no ha visto amanecer desde el Hilton New York
con una modelo desnuda en la cama
pasada de alcohol, anfetas y megalomanía
no puede afirmar haber vivido.
La mayoría del tiempo somos putos esclavos.
Las modelos son  ángeles liberadores, heroínas del fin de los tiempos
y la publicidad. Ellas nos salvan de la realidad,
tan engorrosa. Las amamos porque son irreales.
Quién coño quiere realidad. Zona ajardinada, cómodos plazos,
las migajas de la clase media trabajadora.
Yo perdí el don. Lo tuve y lo perdí, así de simple.
Esta vida es un asco. Todas las noches sueño con modelos.
Vienen a mi habitación y me besan la frente,
los pies, las ingles. Sienten lástima por mí.
Si pudiera verme desde fuera seguramente
yo también sentiría lástima por mí. Pero no puedo.
Debo conformarme con el desprecio.
Hay algo hermoso en el desprecio de uno mismo.
Dignifica, tonifica los músculos, vacía el intestino.
Quizá, si me blanqueara los dientes, si pudiera sonreír
como lo hacía entonces, pero aquello es historia.
Ahora las modelos prefieren a otros.
No soy más que el hombre invisible en la torre de control.
El café y los nervios hicieron su trabajo.
Cada noche ejercito los músculos de la cara,
pero no hay nada que hacer. Cuidaré mi jardín,
me dejaré crecer la barba, puede que incluso
me dé por escribir poesía. De todos modos,
las modelos nunca se acuestan con poetas.
Sus razones tendrán.

De la 1ª parte: El hombre sin sonrisa 


EL PASEANTE

Las mismas calles una y otra vez,
idénticos trayectos de ida y vuelta.

Al menos cambia el clima
y, con él, los ropajes.

La vida reducida a este quitarse
y ponerse chaquetas.

De la 2ª parte: El chubasquero rojo


ESTE DESEQUILIBRIO

El escritor es una mezcla
de detective y médium.
Trabaja con mapas, voces y sospechas.
En las encrucijadas da lo mejor de sí.
Por eso las alienta. Vive solo,
aunque su casa esté tomada
por decenas de familiares.
Entiende mejor lo de afuera que lo de adentro.
Este desequilibrio es la literatura.
De la ventana a la mesa de trabajo.
El vértigo surge antes o después,
jamás durante. Durante es la magia,
la intuición. El escritor ama mejor
en las palabras que en los hechos.
Nunca escribe auténticas frases de amor.
Le gustan las nubes, las paradas de taxi.
Conoce la trampa y se burla de ella.
No sabe de qué otra forma defenderse del miedo.

De la 3ª parte: Las piscinas azules


CURSO ACELERADO DE ECONOMÍA

Dicen que todo
va a cambiar,
hablan de refundar
las leyes del mercado,
de un orden nuevo y más amable.

Pero el hielo en tu copa se consume
con esa vieja ley que nos gobierna. 

De la 4ª parte: La noche de Kosovo


LA TUMBA DE LOS LORÍS-MÉLIKOV

Hemos aprendido a burlar el frío,
la parálisis que acecha en el espejo del ascensor,
el rigor de los saludos a las siete de la mañana,
invisibles y marciales, cuando el mundo se asemeja a un quirófano
en mitad del océano,
estamos solos en una soledad indecible,
quiénes somos ahora,
días tachados en un calendario de pared y propaganda,
aquel jubilado que rastreaba cementerios en busca de la tumba
de los Lorís-Mélikov, eso creo, anécdotas absurdas en todo caso,
en todo caso imprescindibles, tienes cara de marzo,
de ir a decir algo que no admite vuelta atrás,
de pronto pienso que ya no te conozco, que aquella noche de 2003
fue la vez que más cerca estuve de ti,
cuando aún no sabía tu nombre y te invité a beber
y te dije que trabajaba reparando avionetas,
la verdad es triste, de colores apagados,
un baile de disfraces hechos con las hojas arrancadas
de los libros de historia, un baile sin música,
en pabellones helados junto al mar,
quiénes somos ahora,
¿no te escuece el vacío?,
ya no hago piruetas, ni me invento aeroplanos
capaces de aterrizar en cualquier rascacielos,
a veces imagino que camino por un cementerio nevado
buscando el nombre de un antiguo conde armenio,
no es descabellado pensar que en alguna de esas lápidas
puedan estar nuestros restos, un aviador y su estrella
adaptándose al frío, a la parálisis que acecha en toda búsqueda,
en toda elección consciente o inconsciente,
quiénes somos ahora,
ya no valen metáforas,
quiénes somos ahora que el mundo se derrumba
como en una película entrevista en la noche,
no hace falta que respondas, sólo aprieta mi mano
como si fuéramos dos ciegos,
desnúdate despacio, más despacio…

mientras te voy desconociendo
palmo a palmo,
otro día.

De la 5ª parte: Nadie puede abrigarte


HOMENAJE A NICANOR PARRA

Esa hora de la tarde
en que no sabes
si regresar a casa
o seguir el camino.

Elegí lo tercero.

De la 6ª parte: La isla de Charles Moore


EL DON DE LA INMORTALIDAD

No hay heroísmo en esta tarde de mayo,
pero cómo podría haberlo a 23 grados centígrados
y con un libro en las manos de Viñals,
sin atisbo de enfermedad grave, lejos
de cualquier mal de amor o revolución adolescente,
asumido el declive como una suerte de derrota
feliz, que te permite volver a casa, contemplar
la piscina y el césped, esos niños en pantalones cortos
decidiendo quién empuja a quién en el columpio,
quién es el bueno y quién el malo,
a quién le ha sido concedido el don de la inmortalidad.
Está fuera de lugar, en esta tarde de mayo,
decir que todos vamos a morir y que tal evidencia
no encierra ningún tipo de heroísmo. Si acaso
suspende unos segundos la lectura,
hace que parpadees, que atisbes en el horizonte
la deriva azarosa de unas nubes escuálidas.

De la 7ª y última parte: La derrota feliz