Limpieza y
absorción
está dividido en siete partes. Cada una de ellas, consta de seis poemas.
Ofrezco, en esta nueva entra, un poema perteneciente a cada una de las partes.
"Limpieza y absorción". Editorial Delirio, 2011 |
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EL HOMBRE SIN SONRISA SE SINCERA
O LA VIDA DESPUÉS
DE LAS MODELOS
El café y los nervios echaron a
perder mi sonrisa.
Antes tenía una sonrisa
estupenda.
Las amigas de mi madre se
enamoraban
perdidamente de mí. Llegué a
rodar varios spots publicitarios.
Cereales, promociones
residenciales en la Manga
del Mar Menor,
entidades financieras, ese tipo
de cosas.
Alcanzada la mayoría de edad,
tuve algún que otro romance
con modelos y chicas del business
show.
El más sonado fue el
protagonizado con Miriam Reyes,
antigua chica Hermida y Dama de
Honor en el certamen
de Miss España 1991. El público
estaba con ella,
España entera estaba con ella,
pero el jurado
o quien quiera que fuese
decidió que todos estábamos
equivocados.
Manías de los expertos, ya se
sabe.
Detalles que los legos en la materia
no llegamos a comprender.
Siempre me gustaron las modelos.
Irreales, escuálidas,
encantadoramente esquivas. Es
cierto que una leyenda negra enturbia
sus vidas de pasarela y excesos,
pero yo siempre amé
las leyendas negras. El lujo, las
drogas, los hoteles.
Cómo no amar todo eso. El sexo
con las modelos es fantástico,
parece que te regalen la vida y,
ciertamente, te la regalan.
Pequeñas diosas anoréxicas, hijas
suicidas de la posmodernidad.
Quien no ha visto amanecer desde
el Hilton New York
con una modelo desnuda en la cama
pasada de alcohol, anfetas y
megalomanía
no puede afirmar haber vivido.
La mayoría del tiempo somos putos
esclavos.
Las modelos son ángeles liberadores, heroínas del fin de los
tiempos
y la publicidad. Ellas nos salvan
de la realidad,
tan engorrosa. Las amamos porque
son irreales.
Quién coño quiere realidad. Zona
ajardinada, cómodos plazos,
las migajas de la clase media
trabajadora.
Yo perdí el don. Lo tuve y lo
perdí, así de simple.
Esta vida es un asco. Todas las
noches sueño con modelos.
Vienen a mi habitación y me besan
la frente,
los pies, las ingles. Sienten
lástima por mí.
Si pudiera verme desde fuera
seguramente
yo también sentiría lástima por
mí. Pero no puedo.
Debo conformarme con el
desprecio.
Hay algo hermoso en el desprecio
de uno mismo.
Dignifica, tonifica los músculos,
vacía el intestino.
Quizá, si me blanqueara los
dientes, si pudiera sonreír
como lo hacía entonces, pero
aquello es historia.
Ahora las modelos prefieren a
otros.
No soy más que el hombre
invisible en la torre de control.
El café y los nervios hicieron su
trabajo.
Cada noche ejercito los músculos
de la cara,
pero no hay nada que hacer.
Cuidaré mi jardín,
me dejaré crecer la barba, puede
que incluso
me dé por escribir poesía. De
todos modos,
las modelos nunca se acuestan con
poetas.
Sus razones tendrán.
De
la 1ª parte: El hombre sin sonrisa
EL PASEANTE
Las mismas calles una y otra vez,
idénticos trayectos de ida y vuelta.
Al menos cambia el clima
y, con él, los ropajes.
La vida reducida a este quitarse
y ponerse chaquetas.
De la 2ª parte: El chubasquero rojo
ESTE DESEQUILIBRIO
El escritor es una mezcla
de detective y médium.
Trabaja con mapas, voces y
sospechas.
En las encrucijadas da lo mejor
de sí.
Por eso las alienta. Vive solo,
aunque su casa esté tomada
por decenas de familiares.
Entiende mejor lo de afuera que
lo de adentro.
Este desequilibrio es la
literatura.
De la ventana a la mesa de
trabajo.
El vértigo surge antes o después,
jamás durante. Durante es la
magia,
la intuición. El escritor ama
mejor
en las palabras que en los
hechos.
Nunca escribe auténticas frases
de amor.
Le gustan las nubes, las paradas
de taxi.
Conoce la trampa y se burla de
ella.
No sabe de qué otra forma
defenderse del miedo.
De la 3ª parte: Las piscinas azules
CURSO ACELERADO DE ECONOMÍA
Dicen que todo
va a cambiar,
hablan de refundar
las leyes del mercado,
de un orden nuevo y más amable.
Pero el hielo en tu copa se consume
con esa vieja ley que nos gobierna.
De la 4ª parte: La noche de Kosovo
Hemos aprendido a burlar el frío,
la parálisis que acecha en el
espejo del ascensor,
el rigor de los saludos a las
siete de la mañana,
invisibles y marciales, cuando el
mundo se asemeja a un quirófano
en mitad del océano,
estamos solos en una soledad
indecible,
quiénes somos ahora,
días tachados en un calendario de
pared y propaganda,
aquel jubilado que rastreaba
cementerios en busca de la tumba
de los Lorís-Mélikov,
eso creo, anécdotas absurdas en todo caso,
en todo caso imprescindibles,
tienes cara de marzo,
de ir a decir algo que no admite
vuelta atrás,
de pronto pienso que ya no te
conozco, que aquella noche de 2003
fue la vez que más cerca estuve
de ti,
cuando aún no sabía tu nombre y
te invité a beber
y te dije que trabajaba reparando
avionetas,
la verdad es triste, de colores
apagados,
un baile de disfraces hechos con
las hojas arrancadas
de los libros de historia, un
baile sin música,
en pabellones helados junto al
mar,
quiénes somos ahora,
¿no te escuece el vacío?,
ya no hago piruetas, ni me
invento aeroplanos
capaces de aterrizar en cualquier
rascacielos,
a veces imagino que camino por un
cementerio nevado
buscando el nombre de un antiguo
conde armenio,
no es descabellado pensar que en
alguna de esas lápidas
puedan estar nuestros restos, un
aviador y su estrella
adaptándose al frío, a la
parálisis que acecha en toda búsqueda,
en toda elección consciente o
inconsciente,
quiénes somos ahora,
ya no valen metáforas,
quiénes somos ahora que el mundo
se derrumba
como en una película entrevista
en la noche,
no hace falta que respondas, sólo
aprieta mi mano
como si fuéramos dos ciegos,
desnúdate despacio, más despacio…
mientras te voy desconociendo
palmo a palmo,
otro día.
De la 5ª parte: Nadie puede abrigarte
HOMENAJE A NICANOR
PARRA
Esa hora de la tarde
en que no sabes
si regresar a casa
o seguir el camino.
Elegí lo tercero.
De la 6ª parte: La isla de Charles Moore
EL DON DE LA INMORTALIDAD
No hay heroísmo en esta tarde de
mayo,
pero cómo podría haberlo a 23
grados centígrados
y con un libro en las manos de
Viñals,
sin atisbo de enfermedad grave,
lejos
de cualquier mal de amor o
revolución adolescente,
asumido el declive como una
suerte de derrota
feliz, que te permite volver a
casa, contemplar
la piscina y el césped, esos
niños en pantalones cortos
decidiendo quién empuja a quién
en el columpio,
quién es el bueno y quién el
malo,
a quién le ha sido concedido el
don de la inmortalidad.
Está fuera de lugar, en esta
tarde de mayo,
decir que todos vamos a morir y
que tal evidencia
no encierra ningún tipo de heroísmo.
Si acaso
suspende unos segundos la
lectura,
hace que parpadees, que atisbes
en el horizonte
la deriva azarosa de unas nubes
escuálidas.
De la 7ª y última parte: La derrota feliz