viernes, 10 de enero de 2014

Razones para quedarse

Veo amanecer con un café con leche en la mano. Los gorriones más madrugadores me regalan esta frase y esta música polisémica. Su canto sonaba muy distinto cuando andaba de retirada, desesperado por llegar a la cama y desaparecer. Ahora empieza el día. En realidad, hace una hora que lo hizo. Hoy me tocó a mí darle el primer biberón a la peque. Estábamos los dos en el sofá naranja. El mundo no era más que una respiración silenciosa latiendo detrás de las persianas. Ningún poema puede estar a la altura. Mientras ella tomaba, mi mente se dejó ir. Recordé un cuadro de ejecución algo torpe visto, años atrás, en una exposición de artistas aficionados. En el centro de la imagen, rodeados por paredes altísimas de piedra, un padre y su hijo se daban la mano. No hacían nada especial, simplemente estaban ahí, como aguardando lo que la vida tenía que depararles. La imagen parecía decir que, si permanecían unidos, nada malo les podía suceder. El recuerdo de esos acantilados, a su vez, trajo a mi mente los acantilados de Raúl Zurita, aquellos que brotan del turbulento océano de su dolor en su monumental Zurita. Nos creemos a salvo, pero no lo estamos. Sólo nos cabe confiar en que la bomba de estos tiempos no nos explotará en plena cara. Después, influido por una lectura reciente, recordé algo que Paul Bowles escribió: “En el fondo de mi corazón deseo escaparme, sin importar a dónde. El ser humano siente la necesidad de evadirse cuando no tiene una razón para permanecer en un lugar”. Yo las tengo. Amanece. Buenos días. 

ULTIMA HORA, 07/01/14