domingo, 5 de enero de 2014

Pequeño diario de Momentos estelares (a modo de introducción)


Dom, 05/01/14.- Inicié este pequeño diario previo al envío a mi editor de la versión definitiva de Momentos estelares con la intención de hacerlo servir de prólogo. Finalmente, siguiendo los consejos de un amigo poeta y mis propias inclinaciones, acabé desechando la idea. Si ahora caigo en la debilidad de publicarlo aquí es porque esta noche de domingo, al releerlo, he creído encontrar en él varias ideas o reflexiones no del todo estúpidas.


Bienvenidos a mi pequeña y desordenada cocina literaria.


viernes, 08 de marzo de 2013

Algo que vengo pensando últimamente. Se trata de un propósito y un deseo: abandonar la poesía antes de que ella me abandone a mí. Disponer de la clarividencia suficiente para detectar, llegado el caso, tal abandono.


viernes, 12 de abril de 2013

Cualquier año, cualquier fecha, pueden constituirse en ecuador de nuestra vida, pues –por fortuna– no nos he dado conocer el día de nuestro final. Pese a esta obviedad, y haciendo gala de una capacidad de sorpresa e innovación más bien pobres, en mi imaginario siempre situé los cuarenta como un punto de inflexión en mitad del camino, un momento ideal para detenerse y reflexionar sobre todo lo andado. No se asusten. No voy a volcar en estas hojas el fruto de mis cavilaciones de cuarentón, entre otras cosas, porque tales cavilaciones todavía no se han producido. Tal vez se deba al hecho de no haber cumplido aún los cuarenta, por lo que técnicamente no puedo ser considerado un cuarentón. Faltan algo más de cuatro meses para ingresar con todos los honores en tan selecto club. Hasta que esto ocurra, debo ultimar los preparativos de mi boda, acondicionar una de las habitaciones de la casa para la que será mi segunda hija y escribir esta especie de exordio innecesario y autoimpuesto –además de acometer las últimas correcciones de los poemas reunidos bajo el título Momentos estelares.
   Por una especie de superstición barata, impropia de alguien que se considera un ser racional, he decido que este libro contenga cuarenta poemas. Me siento atraído por esta idea: un libro de cuarenta poemas en el año de mi cuadragésimo aniversario, un libro que a la fuerza ha de suponer un punto de inflexión, una especie de despedida parcial.
   El problema surge porque, a fecha de hoy, el libro consta de cuarenta y cuatro poemas. O sea, voy a tener que prescindir de cuatro.


sábado, 13 de abril de 2013

Se me hace difícil entrar en poemas escritos cuatro o cinco años atrás. El tiempo transcurrido modifica la relación que mantengo con ellos. Me acerco a estos poemas, los más antiguos, como si fueran de otro. En realidad, ya son de otro. Este otro, sin embargo, guarda un vago pero indudable parecido conmigo. Esta semejanza posibilita mi intervención. A la fuerza, esta intervención ha de ser mínima.
   Por lo demás, poemas como el titulado “Dos” me colocan en una tesitura algo complicada, por citar una de las discrepancias más flagrantes halladas en el libro respecto al que soy hoy. Parece decir, desde su sencillez y contundencia: ahora tienes que comerte las palabras que escribiste. Haberlo pensando mejor.
   Éstas son cosas que pueden suceder cuando uno no se imagina la poesía –estoy parafraseando a Michel Onfray– sin la novela autobiográfica que la hace posible. Si, para colmo, uno no se preocupa en exceso por disfrazar esta novela, entonces no le queda más remedio que pasar algún que otro apuro.


domingo, 14 de abril de 2013

Le doy vueltas a esa idea de despedida parcial de la que hablé el viernes. En uno de los poemas que integran Momentos estelares, sostengo que todos los seres sensibles y civilizados fantasean con la autodestrucción. Una variante de la autodestrucción –más asequible e igualmente prestigiada– es la renuncia. Todo escritor, alguna vez, ha fantaseado con que dejaba de escribir y que tal abandono contribuía, de manera decisiva, al ingreso de su nombre, junto al de todas las obras que perpetró antes del autoimpuesto silencio, en ese lugar escurridizo y sagrado llamado Olimpo Literario. Yo, que nunca he sido una excepción de nada, también pasé por tan manoseado trance. En mi caso, se trataba de un abandono parcial, pues, en momentos de soledad y dudas, me aseguraba a mí mismo (como una Scarlett O’Hara con mucho menos glamour) que jamás volvería a escribir poesía. De hecho, llegué a redactar una suerte de carta de despedida que todavía conservo y que releo cada cierto tiempo para recordarme no sé muy bien el qué:

Un escritor de novelitas breves y defectuosas, esto es todo lo que quiero ser. Se acabó la poesía para mí. Tuvo su momento, pero ya es historia. Como aquel traje marrón claro con que fui a recoger el premio Hiperión, hace ya varios siglos. Como la vida de eremita enamorado y medio loco que una vez me propuse vivir. Novelitas en las que algo falla, que –como un tupper deformado por el uso– no terminan de cerrar bien. Novelitas que destiñen, que no conocerán promoción ni grandes almacenes. Novelitas que se irán publicando en editoriales que subsisten gracias a la dudosa fe de amigos y familiares, sin prestigio ni buena distribución. Eso es todo. Un objetivo asumible. Un chiste que nadie llega a comprender. Un escritor de novelitas breves y defectuosas, alguna incluso medio enigmática. Se acabó la poesía para mí. No diré que tuve el don, tampoco que lo perdí. Estas son cosas que suceden. Cada día un poeta deja de serlo. Cada día se escribe un último poema. Mi último poema es una cagada reseca en el parabrisas de un coche abandonado. Se acabó todo aquello, es historia. Estuvo bien. Hubo aplausos, abucheos, más preguntas que respuestas. Ahora cae el telón. No hay público en las gradas. En realidad, ni siquiera hay gradas. Estoy a solas con mi pequeño proyecto. Un proyecto de mierda, pero no importa. Lo acaricio en el lomo mientras tecleo este epílogo con cara de epitafio. Un escritor de novelitas breves y defectuosas… Si le echas imaginación, es posible que encuentres destinos más irrisorios.


lunes, 15 de abril de 2013

De ordenar cronológicamente los poemas que integran este libro, tal vez pudiera verse (y remarco lo de tal vez) una evolución, una tendencia hacia unas formas determinadas, pero finalmente me he decantado por no seguir el criterio cronológico a la hora de ordenar los poemas, entre otras cosas, porque ignoro la fecha en que muchos de ellos fueron escritos. Lo que sí puedo decir es que los más antiguos datan del año 2008 y los más recientes (concretamente, dos) de principios de 2013. Pienso que no sería desacertado decir que esta recopilación de poemas constituye una especie de antología, algo así como los momentos estelares (estoy siendo irónico) de mi escritura poética de los últimos tiempos. 
   No son, ni mucho menos, todos los poemas que he escrito en estos algo más de cinco años.
   En gran medida, estos poemas son los supervivientes de otros proyectos que no llegaron a concretarse, de ahí ese aire heterogéneo que respira el conjunto. Precisamente, este aire heterogéneo es una de las cosas que más me gusta de este poemario.
   Por cierto, acabo de decidir mi primer descarte. Se trata de ese poema en que sostengo que todos los seres sensibles y civilizados fantasean con la autodestrucción. El hecho de haber hablado explícitamente de él en este diario, ¿habrá contribuido a su supresión? Quién sabe. Ahora ya sólo me queda defenestrar a tres de mis hijos.


martes, 16 de abril de 2013

Precisamente, uno de esos proyectos que no llegaron a buen puerto (o sí, porque probablemente no existía mejor puerto para ese proyecto que la carpeta “Inéditos” del disco duro de mi ordenador, salvo quizá la nada a la que aboca la eliminación definitiva del archivo) arrancaba con una cita de Richard Brautigan, extraída de su libro June 30th, June 30th…: “La calidad de los poemas es irregular pero los he impreso todos porque son un diario que expresa mis sentimientos y emociones en Japón y la calidad de la vida es a menudo irregular”. Me propuse reunir todos los poemas, debidamente fechados, escritos durante un año. No podía haber descartes. Esos poemas, buenos y malos, debían ser testimonio fiel de mis sentimientos y emociones no en Japón, sino en Palma. Literatura viva, debí pensar en un arranque de ingenuidad peligrosa. Si la cosa finalmente no resultó, pienso que se debe al hecho de haberme forzado a escribir esos poemas, es más, de haberme forzado a escribirlos pensando en el resultado que perseguía: ese aire medio despeinado, más o menos casual. Se me olvidó algo sagrado para todo poeta: cuando la poesía dice no, es no; ella impone los modos y la cantidad.
   Y me quedé sin poder emplear la cita de Brautigan. Una pena.


miércoles, 17 de abril de 2013

Desde el lunes vengo pensando en lo que escribí sobre el aire desigual del conjunto. La justificación (como si tal cosa debiera justificarse) recaía en el hecho de que, inicialmente, estos poemas pertenecían a proyectos diversos en fases diferentes de mi vida. Fracasados estos proyectos, decidí rescatar los poemas que, según mi criterio, merecían otra oportunidad. ¿Resultaría muy evidente a ojos de un lector que no fuera yo? ¿Le molestaría tal circunstancia? Al fin y al cabo, la calidad de la vida es a menudo irregular… Pero no, la irregularidad de la que habla Richard Brautigan hace referencia a la calidad de los poemas. Este tipo de irregularidad resulta inevitable. ¡Es imposible detentar siempre la misma inspiración, disfrutar siempre de la misma suerte! La irregularidad a la que me refiero es de otra índole: habla de la disparidad formal entre muchos de los poemas, como si el libro fuese obra de tres o cuatro poetas diferentes y no de uno solo. ¿Me faltará personalidad? ¿Careceré de voz propia?  
   Recuerdo que en mis inicios como poeta, cuando no era más que un grosero imitador que ni siquiera llegaba a epígono (lo que corresponde, salvo que seas Rimbaud), este asunto, el de la voz propia, me tenía muy preocupado. ¿Cómo la adquiriría? ¿Residía ya en mí? Y, en caso de poseerla, ¿qué debía hacer para perfeccionarla?
   Tanta teoría puede resultar paralizante. La poesía, para mí, siempre ha sido un asunto más vivencial que teórico. Uno aprende, perfecciona su manera de escribir, leyendo poemas de otros y no manuales o ensayos. La vida se encarga del resto.
   Un día me encontré con esta frase de De Kooning: “El estilo es un fraude”. Fue toda una sacudida. De un plumazo, me sacó de encima esos miedos que me impedían ser lo que en realidad soy: muchos. Y si no muchos, sí más de uno. Tiempo después, Will Oldham se unió a la causa y me dedicó estas palabras: “No creo en aquello de despertarse cada día y ser siempre lo mismo; mejor despertarse y estar en el proceso de convertirse en algo”. Las interpreté, claro está, de la manera que más me convenían. Como se hace con las predicciones de los horóscopos o los test de personalidad.
   Ahora, obviamente, empleo estas palabras para justificar el tono desigual de los poemas.
   Yo soy varios.


jueves, 18 de abril de 2013

Antes de sentarme a escribir, me gusta leer un rato. Vendría a ser el equivalente a los estiramientos previos de los deportistas. Cuando ya siento las palabras cerca de la punta de los dedos, abandono el libro que tengo entre las manos y me pongo a teclear. Por un azar de blogs y libros, he pasado parte de la tarde de hoy leyendo sobre Serguei Esenin (se ahorcó), sobre Vladímir Mayakovski (se pegó un tiro) y sobre Alfonsina Storni (que ya lo cuenta la canción). Lucía un sol magnífico, todavía soportable, y yo, como en un juego macabro y sugerente, saltando de suicida en suicida… Para que luego digan que no sé aprovechar las tardes.
   Desde el pasado viernes, este pequeño diario ocupa más espacio en mi mente que el destinado a la revisión de los poemas. Si no me pongo serio, corro el riesgo de perder el control sobre estas palabras introductorias. Por mucho menos, he acabado escribiendo una novela.


viernes, 19 de abril de 2013

Hoy me puse serio. A veces no queda otra. Me despojé de mi sentimentalismo (en esta fase está de más) y les di la estocada final a tres de los poemas. Curiosamente, uno de los escogidos ha sido el poema titulado “Dos”, del que hablé el pasado sábado. Se ve que a los poemas no les sienta bien que el propio autor los mencione en el prólogo. Ahora tengo a los cuarenta supervivientes resoplando de alivio. Curiosamente, su condición de supervivientes los desprotege, hace que, a partir del momento de su publicación, puedan ser vapuleados sin piedad. También amados, claro. Esta última posibilidad justifica cualquier libro de poemas.


jueves, 20 de junio de 2013

Acabo de realizar la última revisión antes del envío a imprenta del libro. No pensaba, a estas alturas, efectuar ninguna modificación sustancial. Para mi sorpresa y desconfianza, he corregido una buena cantidad de versos. Me parece increíble. ¿Cómo no he podido darme cuenta hasta hoy? ¿Habrán contribuido a mejorar los poemas estas últimas correcciones? ¿Eran necesarias? No lo sé. No pienso volver a los poemas. Se acabó. Solo me queda desearles suerte y ratificar el propósito y el deseo con que inicié este pequeño diario.
   Ahora deben hablar los poemas.





Finalmente, Momentos estelares fue publicado por la editorial Baile del sol en diciembre de 2013. Si estás interesado en él, puedes adquirirlo AQUÍ, o solicitándolo en tu librería habitual.