martes, 4 de febrero de 2014

Divagaciones luctuosas

En un lapso breve de tiempo han fallecido Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Fernando Ortiz y Félix Grande. Esto ha hecho que piense en mi propia muerte. Ni por asomo me quiero comparar con estos cuatro poetas. Digamos que la acumulación de muertes de poetas más o menos leídos y admirados me puso melancólico y especulativo. Imaginé palabras de amigos y conocidos, conjeturé sobre quién publicaría alguno de mis poemas en su muro de Facebook, blog o donde sea. Supongo que la prensa local se haría eco de la noticia (cuatro líneas lacónicas), pero sin duda, para la nacional, mi fallecimiento pasaría del todo inadvertido. ¿Se venderían más mis libros? ¿Alguna editorial publicaría mis obras completas? ¿Husmearía alguien en las entrañas de mi ordenador en busca de material inédito? No se preocupen por mi salud mental; no me creo una especie de Salinger, Bolaño o Foster Wallace. ¿Dejarían anónimos flores sobre mi tumba? Imagino que no. Por supuesto, en estas divagaciones luctuosas no incluyo a familiares. Estos gestos, creo, ya no se estilan (me refiero a lo de dejar flores). Yo visité las tumbas de Robert Graves y Antonio Machado y no dejé flores ni notas ni nada de nada. Me hice, eso sí, la foto de rigor. ¿Se haría alguien una foto junto a mi tumba? Hablo por hablar; ni siquiera he decidido si quiero que me entierren o incineren. En realidad, no me importa. Tal vez, con el tiempo, me acabe importando. ¡Basta ya! Lo último que querría con estas palabras es preocupar a alguien. Lo advierto: pienso durar mucho. 

ULTIMA HORA, 04/02/14