De cada vez lo tengo más
claro: los autores no importan. Importa la obra, no el autor. Tal vez por esto
mis notas biográficas van menguando a medida que cumplo años. ¿Que a Kafka le
gustaba hurgarse la nariz después de comer? ¿Que Kundera una vez se soltó un
pedo en el ascensor de un hotel de 5 estrellas? ¿Que Coetzee detesta las
corridas de toros? Interesante para biografías y entrevistas, pero aquí no
hablamos de eso; lo hacemos de literatura y relevancia. Ah, ya sé: tal hecho
sirve para explicar tal característica de su obra; sin tal dato no la podríamos
entender de manera cabal; etc. Perfecto. Pero qué quieren que les diga. Me
suena a periferia, a desviar la atención, a justificación o relleno. En estas
breves líneas hablamos de arte, o esa es nuestra intención. Me refiero a esa
cosa tan denostada por estas tierras. A ver: beber en exceso, dormir en el
banco de un parque público, pelearte con cierta frecuencia en bares inmundos
que no cierran nunca, no te hará mejor escritor. Hablar de tales logros en las
solapas de tus libros es un reclamo para malos epígonos de ya sabemos quién.
¿Que el escritor en cuestión fue un dechado de virtudes? ¿Que nunca le deseó el
mal a nadie? ¿Que no se hurgaba la nariz ni soltaba ventosidades? Mejor para su
santa esposa, sus dulces hijos y sus pacientes amigos. A mí no me importa: no
lo traté. Al final, lo que queda, con un mucho de suerte, son los versos, las
novelas… Lo demás, como decía aquel guatemalteco guasón, es silencio.
Este arranque de escritura lo ha
propiciado la lectura de Fragmentos de un
cuaderno manchado de vino. Relatos y ensayos inéditos (1944-1990), de
Charles Bukowski. Me lo regalaron por mi último cumpleaños, seis meses atrás.
Debo reconocer que difícilmente me habría hecho con él por propia iniciativa.
Cosas buenas de celebrar los aniversarios. Hace poco escribí en un cuaderno (en
realidad documento Word) sin manchas de vino ni de ninguna otra clase: “Muchas
veces, ni nuestros mejores amigos aciertan con los libros que nos regalan. De
todos modos, esta falta de tino no siempre es mala. Gracias a ella, leí libros
que todavía recuerdo”. Bien, a lo que iba. La prosa de Bukowski transmite brío
y autenticidad, una vez subido a ella resulta difícil bajarse. Con esto, con su
estilo*, es con lo que hay que quedarse. Lo otro, lo que lo convirtió en mito
para adolescentes, es secundario. Si vas a literaturizar tus vivencias, si vas
a caer en esa marranada, recuerda que lo realmente importante es cómo las
cuentes, no si te emborrachas más o menos, si follas más o menos, etc. Dicho esto, no convendría olvidar que la
exageración es un recurso literario de lo más útil. Bukowski lo sabía: “estoy convencido de que nuestra
exageración crea Arte”. Pero exagerar no implica hacerte pasar por lo que no
eres (no confundir sinceridad con autenticidad). Si caes en ese vicio o
debilidad, tu prosa y especialmente tus versos se resentirán. Es muy difícil
disfrazar la falsedad; la cosa apesta. Por supuesto, nos estamos refiriendo a
un determinado modo de entender la literatura…
Charles Bukowski:
Ni beber hace a un escritor ni meterse en
trifulcas hace a un escritor, y aunque he hecho en abundancia tanto lo uno como
lo otro, es una mera falacia y un romanticismo enfermizo dar por sentado que
todos estos actos harán de uno mejor escritor. Como es natural, hay ocasiones
en las que uno tiene que pelear y ocasiones en las que uno tiene que beber,
pero en realidad esas ocasiones son anticreativas y no hay nada que hacer al
respecto.
David Pérez Vega dice algo al respecto
en su poema “Charles Bukowski”, incluido en su libro El bar de Lee. Traigo aquí dos versos de este estupendo poema:
si quieres escribir como Bukowski antes de
beber
como Bukowski intenta leer como Bukowski.
Otra manera de abordar el tema:
Entrañas
Tal vez debiera pasar la noche en el banco de un parque,
escribir con los dedos de la resaca perforando mis sienes,
pelearme con cierta frecuencia en bares inmundos que no
cierran nunca
o dilapidar toda mi paga en los hipódromos
para alcanzar al fin el Gran Poema,
para escribir poemas de verdad,
es decir,
con las entrañas, pero ocurre
que tengo la costumbre de teclear mis poemas con los dedos
de mis manos, que soy propietario de una casa con sus
paredes
y techo, que apenas trasnocho, ya que siempre preferí
escribir
por las mañanas, que mis únicas peleas son con los horarios,
las palabras y mis hijas, que llego a fin de mes
sin excesivos agobios y, además
y para colmo,
nunca apuesto…
Tras todo lo expuesto, queda claro
que va a ser imposible
escribir el Gran Poema,
ni siquiera –me temo–
uno pasable.
Y, sin embargo,
aquí me tienes, tecleando en la oficina
mientras suenan todos los teléfonos del mundo
y escucho pasos incansables a mi espalda,
lo que me obliga a ocultar a cada instante
el documento Word en el que escribo
este poema insulso
sin rastro de órganos
que, por mi bien, mantengo a buen recaudo.
* ¿Y qué era el estilo para
Bukowski? Dejemos que sea él quien responda:
Este chico me dijo la otra noche: “Bukowski, puedo escribir como tú
pero tú no puedes escribir como yo”. No le contesté porque necesita jactarse de
sí mismo, pero en realidad, sólo cree que
puede escribir como yo. El genio puede ser la habilidad para decir cosas
profundas de una manera sencilla, o incluso decir algo sencillo de una manera
más sencilla aún.
(…)
El estilo supone no escudarse en absoluto.
El estilo supone no poner fachada en absoluto.
El estilo es una naturalidad definitiva.
El estilo supone un hombre solo con miles de millones de hombres alrededor.