martes, 6 de mayo de 2014

Los extraños, de Vicente Valero




Toda familia atesora sus extraños. El tiempo y la distancia los transforman en tales. A la larga, todos acabaremos siendo extraños para algún miembro de nuestra familia, hayamos dejado atrás o no nuestro lugar de nacimiento. Tal vez alcancemos, por un instante, ese brillo propio de la extrañeza, del objeto cuyos contornos se presentan brumosos y, por esto mismo, brillantes. Tal vez nuestro nombre sobrevuele alguna sobremesa futura y prolongada, apurados los cafés y los licores y agotado el tema de la actualidad. Por otro lado, ¿hasta qué punto no soy un extraño para mi esposa, mis padres, mis hijas? ¿Hasta qué punto no lo acabaré siendo cuando ya no esté aquí y se evoque –en esa sobremesa futura– mi recuerdo? Toda biografía tiene huecos y es en estos huecos, en esta nebulosa, donde se hace fuerte la especulación y nace la literatura. En su último libro (Los extraños, Periférica, 2014), Vicente Valero nos habla de sus extraños, todos ellos familiares más o menos lejanos, más o menos desdibujados; rastrea los recuerdos heredados, viejos documentos, antiguos objetos que no sucumbieron al correr del tiempo y el olvido; indaga y especula hasta conseguir que sus extraños, por un momento, sean también nuestros extraños, es decir, los devuelve al mundo de los vivos. Una investigación sentimental, una crónica de viajes propios y ajenos teñida de melancolía, salpicada de lealtad y amor, construida con una prosa eficiente, de frases largas, envolventes, una prosa que nos arrastra al mundo, a la vida, a los sentimientos de esos extraños, los extraños de Vicente Valero, que, gracias a su buen hacer, se transforman en nuestros extraños.