martes, 17 de junio de 2014

Crónica mundialista (1)

Me he autoproclamado cronista del Mundial. Entre otras cosas, para ahorrarme tener que pensar sobre qué escribir. Redactaré las crónicas los viernes por la noche o los sábados por la mañana y saldrán, como siempre, en la edición del martes, de ahí los desfases que pueda haber. Empezaré por el partido inaugural. Mi esposa y mi hija de nueve meses animaban, desde sus respectivas camas, a los croatas, por ser Croacia el país al que fuimos de viaje de novios. Por supuesto, yo también estaba del lado croata, pero un policía del emperador Akihito decidió que estaba feo que un pequeño país maltrecho de la vieja Europa aguara la fiesta brasilera. Acotación: No soporto la soberbia que subyace en el hecho de agradecer a Dios algo tan trivial como marcar un gol. Como comprenderán, no vi el partido que enfrentó a México con Camerún, y más me valdría haber visto este partido y no el debut de la llamada Roja. Es viernes por la noche, así que la herida aún supura. Acuden a mi mente las palabras de Xavi Hernández: “Vamos a ganar o morir con nuestro estilo”. Esa fatalidad no auguraba nada bueno. Sonaba a harakiri. ¿Por qué mentar la muerte? Mejor centrarse en el lado bueno de las cosas: hicimos muy felices a muchos, y no sólo fuera de España. La actuación de los de Del Bosque puso en bandeja el alud de chistes. Leo, por ejemplo, en el diario Olé, este titular: “Iker querés que le haga”. Pues eso, nada que hacer. Por suerte, mi hija mayor y yo decidimos que, ganase quien ganase, celebraríamos la victoria del Mundial. O su finalización, ahora no caigo.