DIÁLOGO
I
—Últimamente pienso mucho en poesía.
—Supongo que hasta cierto punto es
normal, ¿no?
—El problema es que lo hago en términos
apocalípticos.
—Intenta no ponerte en plan Bolaño.
—Vete a la mierda. No, lo que quiero
decir es que siento que la Poesía quiere abandonarme.
—Estás melodramático. No son más que
altibajos. A todo el mundo le sucede.
—Es posible. Pero te voy a decir una
cosa. Bueno, serán dos: un propósito y un deseo.
Espero no olvidarlos.
—Suéltalos.
—Abandonar
la Poesía antes de que Ella me abandone a mí. Y disponer de la
clarividencia suficiente para detectar el abandono.
—Me parece razonable.
—Pues eso.
DIÁLOGO II
—¿Qué andas leyendo ahora?
—No te lo creerás, pero estoy releyendo
una novela de Paul Auster.
—¿Y eso?
—Me quedé sin lectura y no puedo sacar
libros de Can Sales hasta no sé qué día de abril, de ahí que recurriera a los
que tengo en casa y, bueno, me decanté por Auster.
—Joder, me suena a adolescencia.
—Supongo que necesitaba reencontrarme
con él. Fue muy importante en su momento, pero algunas decepciones o tal vez la
madurez me lo alejaron bastante… Hasta hace dos días.
—¿Por qué novela te decantaste?
—La habitación cerrada.
—¿Y qué tal el reencuentro?
—Feliz. Además, he creído descubrir que
la novela en realidad habla de esas otras vidas que vivimos al margen de la
vida que creemos verdadera, de los planos distintos en que se mueven, de los
boquetes que la imaginación y la desesperación abren entre esos diferentes
planos, de ahí que la emparente con La vida breve, de Juan Carlos
Onetti.
—Me das miedo.
—Y te diré otra cosa. De entre todos los
detectives famosos, mi favorito sigue siendo Quinn, si bien en La habitación
cerrada sólo se le menciona de pasada.
—Eres un posmoderno.
—Vete a la mierda.
DIÁLOGO III
—Vengo de tu cuarto. He visto lo que
tienes sobre la mesita de noche. ¿Tú también?
—Nunca he podido evitar sentirme atraído
por las modas. Es uno de mis muchos defectos.
—Pero podrías esforzarte más.
—Supongo que sí.
—En fin. ¿Ya acabaste el libro?
—No. Voy por la página 105.
—¿Y qué te está pareciendo?
—Como narración tiene muchas carencias.
Como dirían W. o el propio Lars: carece de pathos, algo de lo que no carecen
sus amados Bernhard, Bolaño o Vila-Matas. No es más que el intento de
transformar las ideas del autor en un artilugio más o menos narrativo, es
decir, en un formato que pueda venderse como novela y no como ensayo. Pero
resulta demasiado obvio. Por otro lado, este no disimulo forma parte del
discurso del propio Lars Iyer. Ahí reside su honestidad y el encanto que pueda
tener. De todos modos, me resultó mucho más divertido e interesante su
manifiesto literario.
—Algo he escuchado, aunque ahora mismo
no recuerdo el título.
—“Desnudo en la bañera, asomado al
abismo”. Está disponible en internet.
—Ya lo buscaré.
—Con esto no quiero decir que esté de
acuerdo con todo lo que allí expone. Lo que quiero decir es que lo pasé bien
leyéndolo, que me gustó como puede gustarme un relato de ficción. Diría que ese
texto funciona mejor que la propia novela.
—No sé dónde leí que se trataba de una
novela tremendamente divertida.
—Bueno, sí, tiene su gracia. En este
sentido, puede decirse que es una novela apocalíptica alejada de cualquier
novela apocalíptica o post-apocalíptica de última generación, pero más actual
que ninguna.
—Te informo de que estás hablando solo.
—También debo decir que a ratos el libro
hizo que pensara en Señor Sueño, de
Robert Pinget, aunque todavía no he indagado en los motivos. Imagino que tendrá
que ver con el tono, o con la casi ausencia de escenario.
—Empiezo a arrepentirme de haber
preguntado.
—Una última reflexión antes de
proseguir con la lectura.
—Adelante. Pero no te enrolles.
—En ella se habla a menudo del fin del
mundo. También de Kafka y Max Brod. Bien. Debo decir que Kafka y Brod estaban
más cerca del fin del mundo de lo que lo estamos nosotros. En realidad, el
mundo ya se fue a la mierda y nosotros nos hallamos inmersos en los inicios de
un nuevo mundo. Quiero decir: ya no procede hablar del fin del mundo como algo
que está a punto de suceder o como algo que está sucediendo en estos momentos. Eso
ya pasó. Lo que tenía que derrumbarse ya se derrumbó. Lo que nosotros oímos es
el eco de aquel derrumbe, un eco que persiste en el tiempo.
—Como la luz de las estrellas muertas,
¿no?
—Tópico, pero sí. Algo así.
—En fin, que no te está gustando.
—No te creas. En realidad, sí me está
gustando.
DIÁLOGO IV
—¿Y esa cara de funeral?
—Pensaba en Literatura.
—Mierda. Te veo venir. ¿Otro discurso
apocalíptico?
—Vete si quieres.
—No, suéltalo. Te hará bien.
—Pensaba que la mayor parte del tiempo escribimos por escribir, que sólo
en contadas ocasiones tenemos algo verdaderamente importante que decir.
—¡Menos mal!
—El problema es que eso que creemos importante, que necesitamos decir a toda
costa, carece de importancia para los demás.
—Perfecto. Descubriste que no eres
Obama, que no eres Tarantino, ¡ni siquiera Sergio Ramos! ¿Podrás soportarlo?
—No estoy seguro. Supongo que sí.
—Bien.
—Bien.
—Una última cosa.
—Dime.
—¡Olvídate ya del puto Lars Iyer!
—No te preocupes. Estoy por empezar una
novela de Le Clézio. Ya te contaré.
DIÁLOGO V
—¡Eh, cuánto tiempo!
—Sí, desde mediados del mes pasado no
hablábamos.
—¿Qué tal todo? ¿Qué has hecho estos
días?
—Leer, corregir poemas, ver tele…
—Sí, recuerdo que me dijiste que ibas a
leer una novela de Le Clézio. ¿Lo hiciste?
—Sí, leí Onitsha.
—¿Y qué tal?
—Bien. Resultó una gran experiencia.
Desde el primer párrafo ya tenía la sensación de estar leyendo un clásico,
literatura de alta calidad, capaz de resistir el tiempo, el ir y venir de las
modas. Me refiero a que dentro de cien años, aunque nadie recuerde lo que fue
el proceso colonizador de África, el relato seguirá manteniendo su fuerza. O
sea, que trasciende el tiempo en que está inserto para proyectarse hacia
delante… Te digo esto porque, tal vez lo recuerdes, venía de leer Magma, que es todo lo contrario y, si no
todo, sí al menos una propuesta bastante alejada de la de Le Clézio. En fin, sé
que no tiene mucho sentido comparar ambas obras, pero sí es cierto que,
mientras leía Onitsha, no podía dejar
de pensar que la novela de Lars Iyer, después de cien años, iba a resultar
incomprensible, no como la del francés…
—Bueno, tal vez Magma explique mejor el estado de cosas a principios del siglo
veintiuno de lo que pueda hacerlo Onitsha
con respecto del final del siglo pasado…
—Entiendo lo que quieres decir, pero
pienso que esto que planteas es una cuestión al margen de la literatura, o al
menos no central de la literatura.
—¿Estás seguro? Las grandes obras son
consideradas grandes no sólo por la fuerza y universalidad del relato en sí,
sino también por dejar constancia, de algún modo, del tiempo en que fueron
escritas, del estado de la literatura en ese momento histórico…
—¿Desde cuándo te has vuelto un
teórico?
—Tal vez desde que hablo contigo.
—En fin, lo resumiría diciendo que Onitsha habla de cuestiones universales,
atemporales, que siempre han rondado el alma del individuo; en cambio, Magma trata de dar respuesta o, más
bien, recrea una cuestión puntal que inquieta a determinados novelistas del
momento y que probablemente sea una estupidez o moda…
—Repito: ¿Estás seguro?
—No, y borra esa sonrisita de capullo.
¿Acaso he estado yo seguro de algo alguna vez?
DIÁLOGO VI
—Voy a tener que darte la razón. Vivimos
tiempos convulsos, se avecinan cambios, y no sólo en la literatura.
—Por lo que respecta a la literatura, me muevo
entre el escepticismo y la fatalidad, ya me conoces. Depende de cómo me levante
ese día, o del último artículo leído al respecto. La literatura, al final, y
con todas las matizaciones que quieras, es ocio (la de terapia que me ha
costado poder decir esta frase), y es cierto que hay otras modalidades de ocio
con muchos más adeptos. Por otro lado, cambiarán hábitos y soportes, pero la
necesidad de contar historias, de compartir reflexiones y sentimientos, seguirá
ahí… Probablemente, yo ya sea un ejemplar de escritor extinguido. Hablo desde
el pasado. Mi opinión carece de interés…
—Pero recuerda que lo que está en
peligro, según me dijiste, no es la literatura en sí, sino la literatura
entendida como obra de arte. No importa. Olvidémonos por un momento de la
literatura.
—No sé si voy a ser capaz. Puedo hacer
el esfuerzo.
—Parece que los tiempos convulsos que vivimos nos
hayan situado en plena encrucijada, ¿no lo ves así?
—El presente siempre es confuso, en
sí mismo una encrucijada. Además, en estos tiempos todo se amplifica de manera excesiva. ¡Vivimos en la sociedad del ruido! Eso sí, de
cada vez lo tengo más claro: el futuro no pasa por la encrucijada
derecha/izquierda (que no se ha superado, como algunos quieren hacernos creer),
o no sólo por esa encrucijada. El futuro pasa, sobre todo, por la
sostenibilidad, por el medio ambiente. La irrevocabilidad de según qué procesos
así lo indica. Por ello, el término capitalismo sostenible cobra de cada vez
más relevancia.
—No te conocía esta faceta. Esto que has
dicho me suena
a alarmismo ecológico…
—No sé cómo suena, pero lo cierto es
que los llamados países desarrollados producen cada año unos 50 millones de
toneladas de residuos electrónicos: móviles, ordenadores, televisores,
electrodomésticos… Los vertederos de Asia y África así lo atestiguan. Algún
día, los que tienen verdadero poder tendrán que sentarse y hablar del tema en
serio, porque digo yo que también tendrán hijos y nietos y sentido de la
responsabilidad, ¿o es mucho suponer?
—Me temo que sí… Pero hablemos de
España. ¿Qué opinión te merece el fenómeno Podemos?
—¿Tú también? Joder.