viernes, 6 de mayo de 2016

DOLOR DE CABEZA


Escribo con dolor de cabeza. Le doy vueltas a una historia mientras siento cómo se me parte el cráneo. La historia surgió tras leer la entrevista a Renata Adler publicada hoy en El País. Se me ocurrió porque, durante su lectura, dejé de sentir dolor. Una vez finalizada, el dolor resurgió con fuerza. Imaginé la historia de alguien que sólo deja de sentir dolor cuando lee o duerme, lo que le aboca a una vida sedentaria, predominantemente horizontal. Imposible no pensar en aquellos míticos últimos días de Onetti en Madrid. La cuestión es que el tipo (o la tipa) tiene el impulso de escribir. Renunciar a él sería lo más sensato, pero le es del todo imposible. Ocurre que cuando abandona la lectura en que anda enfrascado y agarra el lápiz y el cuaderno (o se planta frente al teclado del ordenador), automáticamente regresa el dolor de cabeza. Puesto que no puede renunciar a su impulso, no le queda otra que aprender a soportar el dolor. No, no se trata sólo de ser capaz de tolerarlo; se ve obligado a escribir junto a este inaguantable compañero de viaje. Con fuerza de voluntad, lo consigue. Obviamente, el resultado de sus esfuerzos se traduce en una escritura nerviosa, anárquica, desgarrada y algo tosca. Su peculiar estilo le lleva a la más alta de las consideraciones. Pasado el tiempo, la química encuentra la solución a sus problemas de salud. Ahora ya puede llevar una vida normal. Por supuesto, su estilo literario, antes tan celebrado, se resiente… He aquí el dilema al que debe enfrentarse. Una tontería. Algo previsible. Mejor me tumbo en la cama y cierro los ojos.