domingo, 16 de octubre de 2016

El escritor

5:47 a.m. Salta de la cama y se dirige al baño. Enciende la luz y se planta frente al espejo. Trata de creérselo. Fuerza una sonrisa. Se imagina a Dostoievski escribiendo el pasaje en que Raskólnikov asesina a la usurera, a García Márquez enfrascado en la furia de los últimos párrafos de Cien años de soledad, a Roberto Bolaño tecleando el final alucinado de Amuleto. Se imagina a los tres en plena acción, arañando la realidad con sus palabras, inexistentes y dioses, cuando el instante mágico es interrumpido por un sonoro pedo. Ninguno de los tres se inmuta, siguen a lo suyo. He aquí algo importante, se dice el escritor. Siente que ha encontrado un filón. Deja el espejo y sale en busca de su Moleskine. Una idea en gestación aletea. Tiene que ver con esa mezcla de lo divino con lo más zafio. No encuentra ningún boli. En el cubilete del escritorio hay un par, pero no escriben. Finalmente, encuentra uno en la cocina, en el cajón de las facturas. Cuando se sienta a escribir, el chispazo de inteligencia no es más que ceniza triste.

ÚLTIMA HORA, 11/10/16