jueves, 15 de diciembre de 2016

Primeras novelas (a propósito de Murakami)


Siempre me he sentido atraído por las primeras novelas de autores consagrados, esos autores que llegan a nosotros con el prestigio que da la resistencia al paso del tiempo, el aplauso de la crítica o el abultado número de sus lectores. Hablo de su propuesta antes de convertirse en monstruos inabordables, seres cuyo hábitat natural es el mito y no la farragosa realidad hecha de envío de manuscritos y colección de negativas. Esto explica que ande leyendo Escucha la canción del viento y Pinball 1973, de Haruki Murakami. Me encontraba en el aeropuerto de Mahón. Venía de presentar el libro de un amigo. El vuelo de regreso sufrió un retraso de algo más de una hora. No tenía qué leer. En aquellos momentos, Barça y Madrid se enfrentaban, pero no había tele a la que aferrase. Me acerqué hasta el Relay que milagrosamente permanecía abierto. Su oferta literaria dejaba mucho que desear. Baste decir que estuve a punto de concederle una oportunidad a Coelho. Entonces, me topé con el libro del japonés. Lo saqué del expositor y leí la contra. La decisión estaba tomada.

Todavía recuerdo la impresión que me causó la primera novela de Juan Carlos Onetti, El pozo. Es cierto que se trata de un librito aún lejos de las cumbres que el uruguayo alcanzó posteriormente: La vida breve, Los adioses, El astillero y Juntacadáveres. Sin embargo, en sus pocas páginas ya se encuentra el germen de lo que haría tan grande a Onetti. Tiene algo de esbozo, de tentativa. Ahí reside su flaqueza, sí, pero también su arrebatador encanto. Tal vez por esto, Vargas Llosa declarara que se trata de la primera novela moderna latinoamericana.

Otra primera novela que me causó impresión fue La invención de la soledad, de Paul Auster. Por aquel entonces (estoy hablando de bastante años atrás), del autor norteamericano ya había leído La trilogía de Nueva York, Leviatán y La música del azar. Pero de la mano de aquella primera propuesta de Auster me adentré en la llamada autoficción, de la que tan difícil me ha sido alejarme después.

Podría ahora mencionar Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, pero empiezo a estar cansado. Además, hablar de Bolaño (con permiso de A.G. Porta) se ha vuelto peligroso.

[Añadido innecesario: Del lado contrario, tenemos esas irrupciones estelares, cegadoras, como la de Goethe, el sueño de todo escritor. Hablo, por supuesto, de Las penas del joven Werther (1774), debut literario de Johann Wolfgang von Goethe. Publicar una primera obra que te catapulte a los alteres de la literatura, creadora de tendencia, generadora de polémica, responsable de una ola de suicidios… o asesinatos. O como la de Salinger, claro está. (¿Mencionar en este punto a nuestro José Ángel Mañas?). Bueno, esto era antes. Ahora carece de sentido hablar en estos términos. La literatura ya no despierta este tipo de pasiones. Estas aspiraciones pertenecen a los talentos de la informática y a los futbolistas, tal vez a los actores y a los intérpretes de música pop].

Vuelvo a Murakami. ¿Que qué me parece? Sigue siendo válido lo que apunté con respecto a El pozo, de Onetti. Sus debilidades coinciden con su atractivo. Ambas novelas breves (Escucha la canción del viento y Pinball 1973) distan mucho de ser obras redondas, pero en ese desorden o indefinición reside buena parte de su encanto. Tal vez sea oportuno hablar de novelas en grado de tentativa realizadas por un aspirante a novelista que anda explorando sin tener muy claro a dónde quiere llegar. En fin, una lectura ideal para matar el tiempo de espera en un aeropuerto semivacío, mientras Madrid y Barça se disputan algo más que tres puntos.