Ayer,
una persona a la que conozco algo, me escribió tras haber leído Piscinas iluminadas. «Sí puedo decir»,
afirmaba tras unas primeras líneas dubitativas, «que me ha gustado mucho, es
rica en léxico y en sentimientos, y profunda, y muy inquietante». Aquí, claro,
mi sonrisa se estiraba. Pero la cosa no terminaba con esta frase feliz, seguía:
«Si la hubiera leído sin conocerte no habría sabido qué pensar. Después de
leerla conociéndote, todavía estoy más desconcertada». Fue leer esto y recordar
una entrevista que le hicieron a finales de 2011 a Joaquin Phoenix. En un
momento dado, el periodista le comentaba al actor que no parecía muy afectado
por el hecho de haberse quedado fuera de la disputa por los Oscar, a lo que
Phoenix respondía: «El gran objetivo de cualquier actor o cineasta hoy en día
parece ser ir a los Oscar. Eso me resulta desconcertante. Quizás porque soy un
idealista creo que la mayoría de películas deberían aspirar a tener una vida,
encontrar a su público, conquistarlo, desconcertarlo... que tu aspiración
máxima sea ganar un premio o vender muchos dvds me parece descorazonador».
Encontrar tu propio público, seducirlo, desconcertarlo… y que comparta contigo
ese desconcierto, esa inquietud. ¿Se puede pedir más? Sí, claro, ganar premios
y vender mucho, ¿no?
Ya por
la tarde, me recluí en un bar cerca de la oficina. Un par de horas para comer
algo, tomarme una caña y leer con tranquilidad. Acabado el recreo y ya pagado
lo consumido, la dueña del local o la que yo pensé la dueña me detuvo para
decirme que mi cara le era familiar. Ella no me sonaba de nada, así que me
limité a sonreír y encogerme de hombros. Lo sé, soy un tipo muy elocuente. La
mujer abandonó la barra, se acercó a una mesita baja en la que había
depositados algunos periódicos y agarró uno del montón, un ejemplar del Última
Hora. Lo abrió por sus páginas centrales y con el dedo índice señaló la foto
que acompaña los articulillos que me publican en este medio. «¿Eres tú?», quiso
saber. Asentí. Me sentía algo desconcertado. Por su vehemencia, porque era la
primera vez que alguien me reconocía a causa de esa pequeña foto en blanco y
negro. «Al principio, por tu forma de vestir, pensé que eras un empleado de
banca, de CaixaBank, aquí al lado hay una oficina, pero la cosa no terminaba de
cuadrarme. Le estuve dando vueltas hasta que se encendió la luz. ¡El de los
artículos!». «El mismo», sonreí. «¿Sabías que conozco a Meneses?». No, no lo
sabía. «También escribe en el Última Hora. Una vez, le dedicó una de sus
columnas a este bar. ¿La has leído? Está colgada en la pared del fondo». No la
había leído. Me dirigí al lugar señalado. Leí la columna y volví a la barra.
«Quién sabe, tal vez este encuentro me inspire un articulillo». Es todo lo que
se me ocurrió. Ella: «¿Has comido bien?». Yo: «Muy bien». Parecía satisfecha.
Yo lo estaba. Me despedí y salí al infierno. Debido al repentino aumento de mi
estatura, casi golpeé mi cabeza con el dintel de la puerta.