En
la pantallita de la máquina expendedora de cafés que hay en el merendero de la
empresa donde trabajo, aparece la palabra “erogación” mientras el café
seleccionado anda preparándose. Lo cachondo no es que una máquina expendedora
de cafés te enseñe una palabra nueva; lo cachondo es imaginarse al técnico de
turno mientras programaba la máquina. Te lo imaginas con un compañero en el
momento clave. Dice uno: «¿Le meto ya lo de en
preparación?». El otro: «No sé, me apetece innovar. Nuestro trabajo es
rutinario y no digo yo que la rutina esté mal, de hecho, creo que la rutina nos
mantiene cuerdos y nos permite pensar en asuntos elevados, pero a veces hace
falta darle una vuelta a las cosas, salirse por donde los demás menos lo
esperan». Entonces se produce un silencio hecho de confusión y expectativa. «No
te pillo», acaba por decir el primero. «Sorprendamos al futuro consumidor de
cafés, agitemos sus neuronas. Si queda gente en el mundo que lee los mensajes
que aparecen en las pantallitas de las máquinas expendedoras, regalémosles una
experiencia diferente». «Me das miedo». «Confía en mí. Creo que ya lo tengo.
Erogación, del verbo erogar. ¿No es genial?». El compañero duda unos instantes.
Finalmente, dice: «Hazlo tú, yo paso de mancharme las manos».
ÚLTIMA HORA, 09/10/18