Soy marrachinero o marratxiner, como prefieran. En este
municipio de Mallorca me despierto todas las mañanas y todas las noches regreso
a él para dormir. Es cierto que hago más vida en Palma que en Marratxí; mis
padres, mis suegros, mi trabajo, el de mi mujer, el colegio de mi hija, todos
ellos se encuentran en la capital balear. También es cierto que nací en Palma y
que toda mi existencia –salvo un breve paréntesis calvianer– la pasé allí hasta hace cuatro años. Pero nada de todo
esto borra o disminuye el hecho de que yo sea marratxiner. Aquí pago mi IBI y las tasas correspondientes a la
recogida de basura, entrada de vehículos y tratamiento de residuos urbanos. Por
eso, cuando el pueblo de Marratxí se levante, tendrá que tener en cuenta mi
voz, porque mi voz también será la voz del pueblo, y porque eso de buenos y
malos marrachineros, buenos y malos catalanes, buenos y malos vascos, buenos y
malos españoles, da mucho miedo y saca lo peor que hay en nosotros. Como se
decía en aquella película de Manuel Summers, To er mundo é güeno,
al menos, hasta que se demuestre lo contrario.
ÚLTIMA HORA, 05/11/19