miércoles, 31 de diciembre de 2008

Inicio de nuestra vida plena



Ahora que ya no nos cuesta imaginarnos cómo seremos rebasados los setenta, ahora que ya no nos sorprende, al mirarnos en el espejo, ver reflejado el rostro de alguno de nuestros progenitores, ahora es cuando empieza nuestra vida plena, o eso quiero creer. Las fechas obligan a propósitos de enmienda, recuentos y digestiones pesadas. Menos mal que, pese a la crisis (la noticia del año junto a la elección del hombre llamado a cambiar el mundo), me regalaron unas cuantas botellas, alguna realmente destacable. Sin duda, los excesos familiares y las sonrisas mentirosas se llevan mejor con tres copas de más. Pero hablaba del inicio de la vida plena. Como dejó escrito Marguerite Yourcenar, “el día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, empieza”. Algunos de nosotros no somos más que estatuas ya terminadas que inician la segunda etapa de su camino, trozos de piedra pulidos a los que la erosión y el desgaste irán devolviendo poco a poco al estado informe del que proceden. El arte moderno, tan poco comprendido, lo ha sabido ver. Al igual que pasa con las estatuas, el desmoronamiento nos vuelve atractivos. Los cuerpos mutilados, contra lo que pudiera parecer, nos fascinan más que los cuerpos armoniosos. En fin, brindaré por esto y todo lo demás, hasta acabarme la última de las botellas que me regalaron, y como por estas fechas se hace totalmente imposible conseguir un taxi, me encomendaré al azar y dormiré donde me encuentre el último de los brindis. En esto, creo, consiste el espíritu navideño. Bueno, hay quienes se empeñan en afear las fachadas de sus casas colgando de los balcones papanoeles patéticos. Tantos gustos como colores parpadeando en los cristales de las ventanas. Y para ir terminando, no estaría bien despedir el año sin antes desear la paz mundial o cualquier otra cosa imposible. Alzo mi cubata y les deseo lo mejor a todos ustedes, salvo que sean fabricantes de juguetes. En tal caso les condeno a montarlos y desmontarlos sin perder el juicio ni ninguna de sus piezas, además de a encontrar un lugar donde meterlos sin que estorben demasiado. Salud.
* UH, 31/12/08