No hace mucho leí que el último asesinato, perdón, quiero decir “depuramiento”, perpetrado por la Santa Inquisición se realizó en el año 1826, vamos, ayer como aquel que dice. Sus herederos, despojados injustamente del poder de ajusticiar a las ovejas descarriadas, ahora se dedican a promover la desobediencia civil, sin duda fruto de una lectura un tanto extraña de Henry D. Thoureau. Quizá venga de aquí su hermanamiento con la causa liberal, quién sabe. En fin, que todo quede en lo pintoresco de una guerra de autobuses. Laicos vs. Creyentes, otro partido del siglo. Sé que imaginarse a Cañizares (el cardenal, no el portero de fútbol) o Zerolo en pantalón corto y camiseta ajustada pone los pelos de punta, pero seguro que batiría todos los récordes de audiencia, verdadera vara de medir la importancia de un asunto. Ni una final de Mundial España - Argentina causaría mayor furor.
Después de este párrafo, imaginarán mi estado de ánimo cada vez que me dispongo a entrar en una iglesia. Bodas, bautizos y funerales, la Santísima Trinidad que mantiene a flote una empresa ya caduca. (¿Llegaremos a ver un ERE en la Iglesia Católica?). El templo de Dios convertido en centro de reuniones. Deberían plantearse sus gestores alquilar los locales, es decir las iglesias, para convenciones o contubernios varios, sin excluir la posibilidad de conciertos. ¿Se imaginan lo que llegaría a pagar la gente por ver a Marilyn Manson en una catedral? Pues a lo que iba, que entré en una iglesia. Mucho frío y poca gente, como en un partido de copa en el Ono Estadi. Después del calentamiento (los clásicos preliminares y genuflexiones), el cura entró en materia. Su parlamento (desconozco la palabra técnica) fue de lo más sensato que he escuchado en los últimos tiempos. Habló de tolerancia, de compasión; huyó del clásico discurso que enfrenta al Bien y el Mal, a los buenos y malos, para centrarse en la bondad, en la ayuda al prójimo, en la sencillez. Nos animó a que tratáramos de ser felices dentro de estos parámetros. Terminado el parlamento, no pude reprimir un “Amén”, yo, agnóstico de pro. Había conseguido lo que sus jefes nunca lograron. Deberían tomar nota.
Después de este párrafo, imaginarán mi estado de ánimo cada vez que me dispongo a entrar en una iglesia. Bodas, bautizos y funerales, la Santísima Trinidad que mantiene a flote una empresa ya caduca. (¿Llegaremos a ver un ERE en la Iglesia Católica?). El templo de Dios convertido en centro de reuniones. Deberían plantearse sus gestores alquilar los locales, es decir las iglesias, para convenciones o contubernios varios, sin excluir la posibilidad de conciertos. ¿Se imaginan lo que llegaría a pagar la gente por ver a Marilyn Manson en una catedral? Pues a lo que iba, que entré en una iglesia. Mucho frío y poca gente, como en un partido de copa en el Ono Estadi. Después del calentamiento (los clásicos preliminares y genuflexiones), el cura entró en materia. Su parlamento (desconozco la palabra técnica) fue de lo más sensato que he escuchado en los últimos tiempos. Habló de tolerancia, de compasión; huyó del clásico discurso que enfrenta al Bien y el Mal, a los buenos y malos, para centrarse en la bondad, en la ayuda al prójimo, en la sencillez. Nos animó a que tratáramos de ser felices dentro de estos parámetros. Terminado el parlamento, no pude reprimir un “Amén”, yo, agnóstico de pro. Había conseguido lo que sus jefes nunca lograron. Deberían tomar nota.
UH, 27/01/09