sábado, 25 de abril de 2009

MEMORÍA (Ed. Huacanamo, 2009), de BEN CLARK. Palabras leídas durante el acto de presentación del libro en el Club Diario de Ibiza:

Antes de nada, debo decir que estoy profundamente enamorado de Ben Clark, este ibicenco con sangre galesa e inglesa, residente en Salamanca. Como buenos isleños que confraternizan tierra adentro, y descartados por excesivos el suicidio y el asesinato, sólo me quedaba esta opción, la del enamoramiento. Ben lo explica perfectamente (con esa perfección que no llega a comprenderse del todo –es decir, que no cae en la obviedad– y cuyo terreno propicio es la poesía) en su poema titulado Apuntes sobre Houellebecq. Me permitirán que se lo lea antes de continuar.

Confesado mi amor, es decir, mi parcialidad y mi envidia, dejen que les hable de los primeros recuerdos que poseo de Ben. Estas primeras instantáneas transcurren en una Segovia irreal. Y no es que no recuerde con claridad aquel fin de semana con sus cochinillos y sus dedicatorias, o que Segovia sea una ciudad fantasma como lo es mi Palma natal los domingos de invierno, sino que los recuerdos, nítidos y ordenados, caminan hacia la incongruencia lúcida o la encrucijada. Por eso son conmovedores.

Lo mismo puede decirse de la poesía de Ben Clark. Entra fácil, pero no es un producto de consumo rápido; siempre dice más de lo que parece decir, pero lo hace como si se tratara de una broma. Es una casa sencilla –o en apariencia sencilla– que sobrevivirá a la mayor de las tormentas, y no hay mayor tormenta que la del paso del tiempo. Allí se encuentran la muerte y la memoria, los grandes temas de este libro, junto con el miedo, la belleza y la literatura.

Ahora Ben debe permitirme que contradiga en algo (desde la timidez y el respeto de un empleado de banca, de un autodidacta en esto de la literatura) a Ángel Luis Prieto de Paula, autor del prólogo del libro. Es cierto que su libro anterior, Los hijos de los hijos de la ira, era un libro generacional que debía leerse en clave posmoderna. Pero este MEMORÍA no renuncia del todo o no se aleja de aquella vocación generacional: algún eco persiste. Ciertamente, el poeta se distancia de los que le rodean para poder observarlos mejor, desde un yo más trabajado, más individual; pero esta distancia y esta toma de conciencia invitan al reconocimiento, no se agotan en la experiencia individual, agrupan a los que llegan al poema. Es como si Ben Clark, sin proponérselo, acabara siendo la voz de todos los estudiantes, de todos los jóvenes que miran la vida con una curiosidad tamizada por el escepticismo y el empuje de su sangre, todavía en ebullición.

Ben practica un equilibrio casi imposible de conseguir, y lo hace sin renunciar a nada, al menos a nada bueno. Es como si, pese a su juventud, hubiese interiorizado los diferentes y cíclicos movimientos poéticos (quizá su mestizaje haya ayudado), armonizándolos en una escritura a veces cercana a lo coloquial, por eso tan cautivadora, próxima, divertida e hiriente. Es como si se hubiese percatado a tiempo de la trampa que encierra la radicalidad, esa etiqueta tan peligrosa y muchas veces falsa.

La radicalidad llena anecdotarios; el equilibro, grandes obras. Y Ben lo sabe. Sé que entre los jóvenes y los simples la radicalidad sigue gozando de prestigio. Está bien que así sea. Pero de todos esos autores considerados radicales, sus mejores obras son aquellas que tienden al equilibrio, a veces un equilibrio simulado, pero equilibrio a fin de cuentas. En ocasiones lo que ocurre es que la radicalidad se centra sólo en un aspecto de la obra. Al ser una radicalidad marginal, periférica, puede integrarse sin problemas en ese equilibrio que hace de la obra en su conjunto, en todos sus aspectos, algo perdurable. Y la obra de Ben Clark, por lo dicho anteriormente, es perdurable. Si no, tiempo al tiempo.

Parte de la anécdota, pero no se queda en la mera confesión. Habla con transparencia, pero se trata de una transparencia con doble fondo. Sabes que esconde alguna carta secreta, pero ignoras dónde y con qué objeto. Y esto hace posible y deseable la relectura de sus poemas, lo que prueba su valía, su resistencia al tiempo.

Háganme caso: los poemas que no nos apetece releer no son buenos poemas, puede que incluso no sean poemas.

Ben Clark es un poeta serio, es decir, vocacional (en muchas ocasiones parece no tomarse en serio, pero en este no tomarse en serio radica su gran seriedad), pero esta seriedad disimulada está repleta de un sentido del humor desestabilizador y certero, lúcido como siempre lo es el mejor humor. En este punto creo poder decir que su poesía está emparentada con la de Ángel González o Nicanor Parra, y esto son palabras mayores.

Por todo esto, la poesía de Ben Clark (y MEMORÍA es un ejemplo perfecto) es una poesía de futuro, y lo digo en dos sentidos: es una poesía que, dado la juventud del poeta, no puede más que crecer; y, además, es una poesía que (como ya he dicho) aguantará las embestidas del tiempo en la medida en que la poesía puede hacerlo. Y si no me creen, podemos vernos dentro de, por ejemplo, cuarenta años.

Acabará siendo el Rafa Nadal de la poesía escrita en España.

Muchas gracias.
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