domingo, 31 de mayo de 2009

Historia de amor


1

Qué bonito iniciar relaciones. Y qué necesario terminarlas. Así empieza la historia, con pétalos cayendo desde cielo y el olor inconfundible de los finales anticipados. Antes, tantas cosas atrás, no eras más que un rostro del lado de los viandantes. Contemplabas a las diosas de los bares, su coreografía equívoca y fatal. Nosotros las creamos, decías. Es una cacería con palabras amables y miradas de asesino. Soy un gladiador.

2

Hablabas con espejos y semáforos, con todo aquel lo suficientemente estúpido o desesperado como para escucharte. Necesito a una mujer que me quiera lo que no sé quererme, la parte de mi amor que no me alcanza. Eras un gladiador, un tipo invisible y agazapado. Te pasabas el día protagonizando películas de terror y leyendo prensa gratuita. El mundo era un latido violeta, una amenaza incomprensible y escurridiza.

3

Ha de ser posible hablar de mujeres perdidas, presentes o por llegar, de la promiscuidad propia del que busca el Amor, esa epifanía engañosa o quizá sólo fugaz. Afilabas tus armas y fumabas obsesivamente, enfermo en la inminencia del encuentro. La ciudad te hablaba a cada paso, en cada cambio de estrategia. Como siempre sucede, todo estalló sin previo aviso. La imagen estática en que aguardabas tembló, fueron sólo unos segundos, y de pronto vivías dentro de un torbellino.

4

Las venas de las manos, las encías impúdicas, el lenguaje sutil del codo al encender un cigarrillo, la barbilla tímida en contraste con el cuello temerario, plagado de lianas y secretos. Quiero morder esta ausencia de pechos, el sabor de tus mañanas y tus causas perdidas, lo que está más allá del lenguaje y nosotros. Los ojos todavía no. Espera unos minutos. Miremos cómo arden los tesoros de Roma.

5

Éste es el escenario: una ciudad tomada por kamikazes ebrios y diosas anoréxicas que fuman tus latidos de asesino. El imperio s. a. del sol poniente extiende sus tentáculos por las alcantarillas de tu degradación. Entonces sí su mirada de granito caliente, audaz en su fijeza. Más tarde escribirías: en medio de ese fango, el ángel persuasivo. Recuerdas: tenía 17. Pedía ser aniquilada por un desconocido igual a ti. Sus ojos eran fríos y cálidos a un tiempo. Ojos de habitación de hotel con nombres falsos. Aceptó el desenlace con la fatalidad de las protagonistas de las mejores pelis. Tú te llamabas Harry, imagino. ¿Ella? Ella Epiphany Proudfoot.

6

Dame sólo un motivo por el que no puedas darme un motivo de por qué no puede ser y así toda la noche, una estación vivida bajo otro tipo de dictadura, la rebelión final de las leyes de la física, la trayectoria invisible y fatal de una mota de polvo resbalando por sus medias igual que los lugares comunes del deseo y no, desconozco el motivo por el que no puedo darte pero qué importará, dirás ya todo géiser, violento y cegado como las aves del litoral o los taxistas de los aeropuertos.

7

Incluso haciéndome daño, sólo puedes salvarme. No sé de qué, cómo saberlo. Quizá de un hipotético y cíclico odio hacia mí, tan cansino y predecible. En cambio, yo sólo puedo destrozarte, inocular en ti el veneno del vértigo (también cansino y predecible).

8

Frases dichas o sólo pensadas mientras ella se baja las medias como quien ejecuta un rito primitivo y desquiciante: Tus mejores años y mis peores intenciones. Una combinación letal, irrenunciable, perfecta...

9

Lo que sigue es la historia de siempre. Lo anterior es mentira o una verdad no susceptible de prolongación en el tiempo. Lo único cierto es que matasteis la magia, poco a poco, con una precisión digna del más reputado de los cirujanos. En esto consiste el amor, en despojar al otro de su aura mítica. Este juego en el que nadie gana porque incluso ganando se pierde. Tantas muertes hasta la muerte final, previsible y vacía.

10

Solía desquiciarte, día a día, con un cóctel infalible: Tacones de aguja, bisutería barata y su obsesión por el francés –Rimbaud, Rigaut, Bataille...

11

Suena Between the bars, de Elliott Smith. La mitología triste de los chicos del rock... Toda historia de amor tiene su banda sonora, decías, su propia cuenta atrás. Ella te miraba desde un bosque silencioso, indescifrable. Pese a su edad, conocía el desenlace, todo lo que fueses capaz de decir. Parecía esperarlo y eso te enfurecía y excitaba a la vez. Una cosa está clara: toda banda sonora –tan triste con el tiempo– se acaba pareciendo a las demás.

12

Las mutaciones del amor no son más que nuestras propias mutaciones, no lo olvides. La sabiduría de su carne tensada en el delirio. Es inútil entrar en los detalles. Ahora fumas mientras la ciudad se hunde y tú la recuerdas, es decir: la inventas.

13

Vives el momento de las declaraciones. Sigues siendo el personaje, pero esta vez no hay nadie a tu lado para aplaudirte o morderte en el cuello, como buscando una raíz.

14

Declaración: Siento que estoy en un momento crucial de mi vida cuando en realidad este momento no es muy diferente a tantos otros vividos en el pasado. Una forma como otra cualquiera de decir que tengo miedo. Cierro los ojos y camino. No se me ocurre nada mejor. Hay más tristeza que amor en mi pecho. De todos modos, esta tristeza es la que me permite seguir amando. Sigo siendo un gladiador.

15

Muy bonito, te dices sentado en la taza del váter con un libro de Jacques Rigaut en el regazo mientras Elliott Simith se sigue apuñalando el pecho en una visión recurrente y asfixiante.

16

Lo que el desagüe se lleva: la mierda que una vez os unió. La que un día buscarás en otros baños y coños con la misma intención suicida.

17

El anticlímax no como recurso narrativo, sino como único final posible para una historia de amor.