jueves, 4 de junio de 2009

Más sobre Nadal





Todo el mundo quiere que pierda Nadal. Los franceses, por descontado. Hay razones poderosas, es decir históricas, es decir políticas, es decir absurdas. El público por definición es absurdo y soberano. Nada que decir. El resto de tenistas, en especial los españoles, también quieren que pierda Nadal. Todos se creen mejores que él y todos acaban mordiendo el polvo. Y eso es duro. Además, es tremendamente humillante vivir a la sombra de un titán. Hace que parezcas más pequeño de lo que en realidad eres. Nada que decir. Capítulo especial merece Federer. A veces me pregunto en cuántas ocasiones habrá revivido, en la soledad de la habitación de un hotel, aquellas lágrimas tras perder la final del abierto de Australia. El suizo cree en la justicia divina. No le queda otra. Le ha pedido a Dios que Nadal pierda, es decir, que se rebaje a la condición humana. Dios se lo ha concedido, tiene estos detalles. Nada que decir. Además, seamos francos, siempre produce morbo ver perder a los poderosos. Ya tienes de qué hablar. Los americanos lo saben. Frente al odio generalizado sólo te queda la arrogancia. Nadal debe practicar su arrogancia. Y su revés. Y su saque. Pero, sobre todo, su arrogancia. Alguien debe decírselo a su tío. Ya han averiguado cómo ganarle. Ya no le basta con llegar a todo, ni con el drive liftado; su famoso “¡vamos!” ya no da tanto miedo. Tiene que odiar porque le odian. Tiene que aprender a vivir con eso. No es fácil para un chico sano y buena gente, pero es lo que hay.

UH, 04/06/09