Vamos a hablar de poesía, saquen sus guantes. (Si a usted no le interesa, es el momento de abandonar el artículo, no se lo tendré muy en cuenta). Cada vez me gusta menos la poesía, o quizá debería decir que cada vez me gusta menos todo lo que la envuelve. Pero también es cierto que día a día me alejo de ella. Mi querida y vieja y puta poesía. En ella, al menos en España, se produce una descompensación terriblemente molesta: mucho ego pocas veces respaldado por una obra potente o al menos digna. La poesía se ha convertido en refugio de mediocres, cuando debería ser todo lo contrario. Es como si la gente pensara: bueno, no sirvo para nada, solo se hacer el chorras, pero puedo escribir cuatro líneas, pegar algunos gritos y decir que soy poeta. Y la peña les da cancha. Joder si les da cancha. Los poetas me cansan. Sus discursos afectados, rompedores (o supuestamente rompedores), sus ínfulas, sus ingeniosidades, etc. El diletantismo llevado a cierto punto se convierte en vacío o gilipollez, según el caso. Luego tenemos a los que se quedaron en el siglo diecinueve. Y a los que van de filósofos, tan plomazos. Por no hablar de los iluminados que se auto erigen salvadores o renovadores o matadores, mero marketing. Ahora se lleva que los poetas no lean poesía. Es más: ahora se lleva que los poetas presuman de no leer poesía. No hay verdadero amor por la poesía. Sé que hablo como un viejo. Tal vez esté viejo para según qué chorradas. No sé lo que es la poesía, ciertamente, pero intuyo lo que no es.
UH, 21/07/09