martes, 15 de septiembre de 2009

Apuntes sobre la identidad


Entre decir “soy yo” y “yo soy” existe una diferencia sutil que encierra un abismo, el detalle que separa lo trivial de lo trascendente, lo razonable de lo incomprensible. La primera fórmula (“soy yo”) presupone una identidad conocida sobre la que no hace falta indagar; habla de una obviedad, trae a escena una retahíla de hechos pasados que configuran un presente indiscutible; casi es una fórmula de saludo. La segunda (“yo soy”) nos traslada al precipicio del ser, nos coloca frente a una pregunta monumental, irresoluble e ineludible; se erige en la puerta principal a la duda y la modernidad. Guarda la esencia de toda búsqueda y, como no podía ser de otro modo, de todo fracaso. Acaso afirma lo que no puede afirmarse. Visto así, podría emparentarse con la temeridad. Josefina Rodríguez, refiriéndose a su esposo Ignacio Aldecoa, escribió: “Podría estar hablando mil y un días y al final su retrato seguiría siendo oscuro y cabalístico, absurdo quizá”. La imposibilidad del retrato. La injusticia que todo resumen comporta, ya sea en el retrato propio o en el ajeno. Como dice Alejandro Rossi: “Sí, todo esto es cierto, pero me parece que yo también estoy construyendo un personaje, es decir, un conjunto de propiedades seleccionadas con esmero y supuesta astucia”. “Yo” como personaje, necesariamente, resultado de una permanente construcción, cúmulo de rasgos imposibilitados para abarcar el abismo del “yo”, de la identidad. Hablar de uno mismo como una manera de salvación, ahí está clave. Pero ¿salvarse de qué? Según Witold Gombrowicz, escritor polaco del pasado siglo, de “la degradación y la inmersión definitiva en la marea de la vida trivial”.

UH, 15/09/09