La tristeza es un don, como la embriaguez, la fe, la existencia
y como todo cuanto es grande, doloroso e irresistible.
El don de la tristeza...
E. M. Cioran
El latido que media
entre decir o no decir te quiero.
Los nexos invisibles que nos atan
a una forma de olvido, a unas piernas,
al nombre que se inscribe en una lápida.
Se amontonan facturas, planos enmohecidos
de ciudades deshechas,
fetiches que nos miran
con la tristeza mansa de saber que son humo,
las víctimas perfectas
de nuestra rendición o desconcierto.
El latido que media
entre el que salta y el que no, la vida
que estalla en las burbujas
del agua que calientas para el té de las cinco.
El modo en que la luz dibuja puentes,
detonaciones sordas,
el caligrama absurdo de todos estos años.
Es tentador pensar que no sirvió de nada,
pero está la tristeza,
su extraño don,
esta manera imbécil de amar el mundo, todo
lo que sabes inútil
y no quieres perder
y perderás.
La tristeza que todo amor precisa
para ser de verdad y para siempre.