Me gusta conducir sin ruta preestablecida. Me decanto por la autopista de Manacor. Cuestión de comodidad. Me detengo en Algaida. Empiezo a tener hambre. No encuentro ningún bar abierto, así que sigo la ruta. Acabo en Montuiri.
Llevo conmigo el MP4. Todo el trayecto sonando Wilco. De un modo extraño, el paisaje y Wilco se funden en algo que los excede, algo que juega a ser nostálgico, es decir autobiográfico, pero que en realidad solo lo es de un modo tangencial.
Wilco posee una pátina clasicista que lo salva –en la medida en que algo así es posible– del tiempo. Su intemporalidad tiene que ver con los hilos que lo conectan a las emociones simples (tan complejas). Vive su tiempo pero está más allá del tiempo. No tengo el vocabulario ni los conocimientos suficientes para expresarlo mejor.
Como de menú. En el primer plato –una ensalada de la casa– tengo un incidente con dos moscas. Las dos se lanzan en picado contra las lechugas empapadas en vinagre de Módena (creo que se le llama así a ese vinagre oscuro y pegajoso tan de moda desde hace un tiempo) y sucede lo inevitable. Las dos moscas se quedan pegadas. Tengo a dos moscas contorsionándose desesperadamente en mi plato, tratando de huir de la trampa mortal en que se ha convertido la ensalada. Ya no puedo seguir comiendo, así que aparto el plato y espero a que me traigan el segundo.
Llevo conmigo dos libros: Cosas que pasan, de Luis Goytisolo, y La Universidad Desconocida, de Roberto Bolaño. Del primero debo decir que me fascina (me atrae y me repele a la vez) la manera en que el autor habla de sí mismo y de sus libros. Luis Goytisolo no tiene ningún reparo en poner su nombre junto al de los grandes de la literatura. Por otro lado, existe en sus páginas un regusto auto justificativo, una trampa, un intento de acomodar el pasado a la visión actual de las cosas. Con todo, disfruto de la lectura, me dejo embaucar.
Decido tomar el café en otro lado. Me decanto por Pina. Ya de camino, cambio de opinión y tomo un desvío hacia Sineu. Allí vive Tolo, mi amigo músico. Tal vez esté solo y su resaca sea pasable. Lo llamo, pero se encuentra en Palma. Paseo por Sineu mientras Wilco canta Jesus, etc. Me detengo en un bar junto al ayuntamiento. En la plaza juegan tres niños. En el interior del bar televisan el Mallorca. Me siento fuera. Leo a Bolaño.
Te regalaré un abismo, dijo ella,
pero de tan sutil manera que sólo lo percibirás
cuando hayan pasado muchos años
y estés lejos de México y de mí.
Cuando más lo necesites lo descubrirás,
y ése no será
el final feliz,
pero sí un instante vacío y de felicidad.
Y tal vez entonces te acuerdes de mí,
aunque no mucho.
La Universidad Desconocida es un libro perfecto para viajes o simples escapadas de domingo. Siempre he pensado que Bolaño es un sentimental disfrazado de tipo duro. Por eso me pone. Los versos de Bolaño se entremezclan con la voz de Wilco en Country disappeared. Algo perdido antes de nacer. Un aire a despedida, a fin del mundo, mientras los tres niños siguen jugando en la plaza. Es hora de regresar.
El carrusel deportivo me devuelve a una realidad más prosaica. El Mallorca ha ganado. Palma es una ciudad irreal. Me imagino dentro de veinte años. Y tal vez entonces te acuerdes de mí.
Tampoco esto es un final feliz.