A veces sucede. Empiezo a escribir con una idea en la cabeza y acabo contando otra cosa totalmente diferente, aunque el hecho más desconcertante se produce cuando, sin pretenderlo, llego a una conclusión con la que yo mismo no estoy de acuerdo. Entonces elevo mi propio escrito al Tribunal Constitucional para tratar de derogarlo y me erijo en juez y parte, en defensa y acusación, lo cual es un verdadero embrollo. Sin buscarlo y casi sin ser consciente, me he convertido en un pacifista. Mis batallas conmigo mismo me dejan tan exhausto que pierdo todo interés por las batallas contra terceros. En vez del socorrido y algo empalagoso “haz el amor y no la guerra”, reivindico este otro lema: “hazte la guerra a ti mismo y deja en paz a los demás”. Lo del amor es negociable. Si no me creen, pregúntenle a Polanski. Ya ven, vuelve a sucederme, se me está torciendo el artículo. Soy capaz de acabar escupiendo pestes del amor o el proselitismo y no quiero. En realidad, lo que yo quiero es ser Berlusconi. Practicaré mi arrogancia, apelmazaré mis pelos con fijador; si es preciso, me iré de putas. Ahora todo el mundo habla de la prostitución, qué cachondos. Hay quienes optan por la abolición, otros se decantan por la legalización y el resto, la mayoría perezosa (=temerosa), preferiría que el tema no se tratara, es decir, que las cosas siguieran como hasta ahora. Pero estaba hablando de Berlusconi. Quiero ser Berlusconi para poder plantarle cara al tribunal que siempre me acaba juzgando. Quiero ser inmune a su ley, a su jurisdicción que empieza y termina en mí. Si he de ponerme un mote, lo haré. He leído que el de “Don Vito” está pillado. No tengo mucha imaginación, pero algo se me ocurrirá.
UH, 13/10/09