Ediciones de Baile del Sol, 2009
Al fin ha visto la luz la historia que espero haber sabido escribir. Se trataba de una obsesión, de una deuda pendiente. Que a la postre haya acabado en una novelita que no llega a las ochenta páginas parece un chiste. En todo caso, es mi chiste. Un chiste que comparto con quien quiera y que sospecho no hará mucha gracia a nadie.
Las historias nos son dadas. Lo único que corresponde al escritor es darles forma. Para tal fin sólo posee la intuición y las lecturas previas (el oficio).
Todos buscamos dejar huella, es así de patético. Los empresarios, los políticos, los artistas. Tener hijos es un intento de dejar huella. Por supuesto, escribir libros también.
Con veintitantos escribí un relato. Lo titulé Fuerte. Quince folios escritos con urgencia autobiográfica, ridícula. Me olvidé de aquello. Pero aquello no se olvidó de mí.
Pasaron los años, las novias, tuve una hija. Me tentó la idea de un libro de relatos. Recordé Fuerte. Me convencí de que en sus páginas latía una historia que merecía ser estirada. Aquellos quince folios se convirtieron en 150. El resultado fue decepcionante. Decidí volver a olvidarlo. Con disciplina. Pero aquello no se olvidó de mí.
Unos años después, en 2007, retomé la idea. Volví al inicio, a aquellos quince folios. Los rescribí. De cero. Siguiendo la idea inicial. Conservé algunos párrafos, eso sí. Debería estar prohibido retomar proyectos de juventud, me decía una voz en la cabeza. Cualquier idea inicial. Conservar párrafos. Volver con una ex. Pero no hice caso. Debilidad o determinación, fe o aburrimiento, no lo sé. A veces nos falta sangre fría. Tanto mejor.
Algo menos de cien folios en la pantalla del ordenador, 79 páginas una vez editadas. Mi primera novela. Se la envié a los de Acantilado. “Pese a su indudable calidad, etc.” Pensé en Baile del Sol. Me contestaron con un sms. Que sí, que la publicarían. Me sentí el puto rey del mambo. Me compré unas maracas, un abdominaiser. Me dejé crecer las patillas hasta el mentón.
Ya han pasado más de dos años. La euforia se ha esfumado, pero queda la novela.
Dice Carlos Pujol que hay que escribir de tal modo que dé la sensación al lector de algo que necesariamente tenía que expresarse así, con estas mismas palabras y en este orden. Si cabe algún resquicio para la duda, asegura, es que nos hemos equivocado.
Seguramente me habré equivocado. Pero quién soy yo para decirlo.
P.D.: Quiero agradecer a la gente de Baile del Sol la confianza depositada en mí y a Salva Ginard, el diseño de la portada, tan en consonancia con el contenido.
Al fin ha visto la luz la historia que espero haber sabido escribir. Se trataba de una obsesión, de una deuda pendiente. Que a la postre haya acabado en una novelita que no llega a las ochenta páginas parece un chiste. En todo caso, es mi chiste. Un chiste que comparto con quien quiera y que sospecho no hará mucha gracia a nadie.
Las historias nos son dadas. Lo único que corresponde al escritor es darles forma. Para tal fin sólo posee la intuición y las lecturas previas (el oficio).
Todos buscamos dejar huella, es así de patético. Los empresarios, los políticos, los artistas. Tener hijos es un intento de dejar huella. Por supuesto, escribir libros también.
Con veintitantos escribí un relato. Lo titulé Fuerte. Quince folios escritos con urgencia autobiográfica, ridícula. Me olvidé de aquello. Pero aquello no se olvidó de mí.
Pasaron los años, las novias, tuve una hija. Me tentó la idea de un libro de relatos. Recordé Fuerte. Me convencí de que en sus páginas latía una historia que merecía ser estirada. Aquellos quince folios se convirtieron en 150. El resultado fue decepcionante. Decidí volver a olvidarlo. Con disciplina. Pero aquello no se olvidó de mí.
Unos años después, en 2007, retomé la idea. Volví al inicio, a aquellos quince folios. Los rescribí. De cero. Siguiendo la idea inicial. Conservé algunos párrafos, eso sí. Debería estar prohibido retomar proyectos de juventud, me decía una voz en la cabeza. Cualquier idea inicial. Conservar párrafos. Volver con una ex. Pero no hice caso. Debilidad o determinación, fe o aburrimiento, no lo sé. A veces nos falta sangre fría. Tanto mejor.
Algo menos de cien folios en la pantalla del ordenador, 79 páginas una vez editadas. Mi primera novela. Se la envié a los de Acantilado. “Pese a su indudable calidad, etc.” Pensé en Baile del Sol. Me contestaron con un sms. Que sí, que la publicarían. Me sentí el puto rey del mambo. Me compré unas maracas, un abdominaiser. Me dejé crecer las patillas hasta el mentón.
Ya han pasado más de dos años. La euforia se ha esfumado, pero queda la novela.
Dice Carlos Pujol que hay que escribir de tal modo que dé la sensación al lector de algo que necesariamente tenía que expresarse así, con estas mismas palabras y en este orden. Si cabe algún resquicio para la duda, asegura, es que nos hemos equivocado.
Seguramente me habré equivocado. Pero quién soy yo para decirlo.
P.D.: Quiero agradecer a la gente de Baile del Sol la confianza depositada en mí y a Salva Ginard, el diseño de la portada, tan en consonancia con el contenido.