Aviso: esto es un arrebato, no esperen grandes cosas.
Puesto que hoy en Ultima Hora apareció mi artículo Palais Royal, publicado en este blog –en primicia mundial– el pasado diez de diciembre, me encuentro con que es martes y no tengo nada que ofrecer salvo este arrebato de escritura.
Tendré que hablar de mí.
En realidad no existe otro tema (obvio).
Tenía pensado escribir un artículo sobre la polémica desatada por la decisión del parlamento de Cataluña de admitir a debate la iniciativa popular consistente en la prohibición de las corridas de toros. Pero no voy a escribirlo, no ahora.
Ahora toca hablar de mis últimas lecturas. Hablaré de un modo vago porque nunca he sabido hacerlo de otro modo.
La imposibilidad de convertirme en un buen crítico literario me llevó a ser escritor. A intentarlo por lo menos.
En efecto, es mucho más fácil ser escritor que crítico literario. Y yo siempre opté por lo más fácil.
De entre mis últimas lecturas quiero destacar dos títulos:
- Mis premios, de Thomas Bernhard.
- Fin, de David Monteagudo.
Mis premios hizo que me reencontrara con el mejor Bernhard, o al menos el Bernhard que más me gusta a mí: el irónico, iracundo, exagerado y prepotente Thomas Bernhard. Después de Helada y Amras, me hacía falta este reencuentro. Se me ocurrió, tras su lectura, que yo podría tratar de hacer algo parecido, pero enseguida reparé en que no era ni seré Thomas Bernhard y que probablemente nunca conseguiré que todo un ministro de cultura abandone, abochornado y furioso a causa de mi discurso, el recinto donde se me acaba de conceder un premio.
Fin, de Monteagudo, me enganchó, así de simple. Como te enganchan algunas pelis. No sé nada del autor (salvo que se trata de un gallego afincado en Cataluña) ni falta que me hace. El libro no me hizo reflexionar, su estilo no me llamó la atención, su estructura es más bien convencional. Pero la historia engancha. Al salir del trabajo tenía prisa por llegar a casa para poder seguir con su lectura. Digamos que es todo lo contrario a Austerlitz, de Sebald. Y aquí lo dejo. Me da pereza seguir, explicarme mejor.
Otras lecturas:
El hombre que vio caer a Deleuze, de Vidal Valicourt. Se lee fácil. Tiene momentos inspirados. Pero me temo que se olvida con la misma facilidad con que se lee.
El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán. Lo abandoné en la página 60. (Una pena, con la pasta que me costó).
Por lo demás, voy por la página 160 de Providence, de Juan Francisco Ferré, por la 61 de Focus, de Inés Matute, y por la 35 de César Vallejo y el pan, de Emilio Arnao.
En poesía tengo empezados En resumidas cuentas, de José Emilio Pacheco (ya ven que no soy inmune a las condecoraciones) y El fin de semana perdido, de José Luis Piquero.
Y ya está.
Ahora toca despedirse.
Y para hacerlo, qué mejor que compartir con todos ustedes la entrevista que me hicieron en Ítaca, un programa de TV Mallorca.
Tienen mi permiso para reírse a mi costa. Yo lo haría.
Feliz Navidad.
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