martes, 5 de enero de 2010

¿Es posible inventar?


Una buena explicación –que hago mía– a la extraña pregunta de por qué se incorporan elementos biográficos a las historias que uno escribe es la que da Pierre Michon al ser preguntado por la emoción que genera la lectura de una escena de su relato El emperador de Occidente. "¿Se acuerda de la película Satiricón, de Fellini? En ella se veía una galera con ese movimiento sincronizado de los remeros. Esa galera es la que tenía yo en la cabeza cuando escribí ese pasaje. La galera y también el adiós a mis abuelos paternos. La última vez que los vi partir, en un coche, me despedí de ellos exactamente con el mismo gesto que mi personaje. Cada vez que escribo sobre un tema tan alejado como la Antigüedad o la Revolución Francesa, me esfuerzo por incorporar de manera solapada cosas que yo he vivido. Para que los textos ganen en emoción, para emocionarme yo mismo". Para emocionar y emocionarme, claro. Porque sin emoción no hay nada. Pero analicemos detenidamente la respuesta. En ella se conjugan a la perfección dos elementos indisociables. Por un lado, la vida vivida en primera persona, en carne propia (el adiós de los abuelos); por otro, la vida leída en libros o pantallas de cine (la escena de la película de Fellini), que se incorpora a nuestra biografía y acaba fundiéndose con nuestra propia esencia, con aquello que nos hace ser quienes somos. En realidad, la pregunta que deberíamos plantearnos es la siguiente: ¿Cómo no incorporar estos elementos a las historias que inventamos? O mejor: ¿Es posible inventar algo al margen de estas experiencias? O mucho mejor: ¿Es posible inventar? Luego, claro, está el grado de disimulo, la sutileza u obviedad con las que uno trabaje.

UH, 05/01/10