sábado, 9 de enero de 2010

Péndulo: Conversando con el ermitaño de Palma de Mallorca

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Desde ayer mastico la siguiente frase: Escribir es un intento insincero de autoaniquilarse. No sé de dónde surgió, qué lectura o qué vivencia (¿hay diferencia?) la trajo a casa. Tampoco sé por qué empiezo este texto de esta manera. No esperen la pirueta genial que lo conecte todo. No habrá conexión. Se trata de una abertura estúpida, frases que no voy a retocar.

El próximo miércoles 13 de enero, a las 19:00 horas, en el Centre Cultural Sa Nostra, se estrena Péndulo. Cristóbal Serra, documental dirigido por Miguel Ángel Abraham y que tuve la suerte de poder ver en casa del director, cuando aún faltaban algunos retoques.

71 minutos en los que Serra habla de sus pasiones e influencias, de sus libros y búsquedas, de la vida a fin de cuentas. En formato sencillo, como debe ser, sin artificios que oculten o distorsionen lo que importa. Un hombre hablando de sus lecturas y vivencias: ¿Acaso hay diferencia?

Cristóbal Serra escribió esto: “Los poetas suelen escribir mal. Es su encanto. Si todo el mundo escribiera como un académico, leer no sería sino una empresa triste y desabrida”. También esto: “Hubiese querido escribir más, sobre todo comenzar muchas novelas y no acabarlas”. Y esto otro: “Todo lo que puede aprenderse sin angustia es igualmente empequeñecedor”. Y para terminar el párrafo: “Más triste que la del caballo viejo, que se destina al coso, es la muerte de la barca que se vara para nunca más ver el mar”.

Así podría estar todo el día. Pero no. Citar a Serra también puede ser un intento insincero de autoaniquilarme, porque Serra es la voz secreta que nos recuerda lo ridículo de nuestros desvelos onanistas.

En un libro mío, ya para siempre inédito, titulado Fragmentos de un hombre llamado Quinn, la sombra de Serra resultaba evidente, cosa que nunca me llegó a molestar (todo escritor en un plagiario; de lo que se trata es de autoengañarse o de ser condescendiente con uno mismo). He aquí dos poemas o prosas poéticas de aquel libro que sólo verá la luz en el hipotético e improbable caso de que, una vez muerto, alguien (amigo/a, escritor/a, editor/a) decida hurgar en las entrañas malsanas de mi ordenador.




ERÓTICA DE LAS ESQUINAS

Vivir fuera de encuadre, decías. Encuadrar lo difuso que nos une. Darle protagonismo a las esquinas. Pero nada nos fija, siempre movidos, como en un descenso acelerado hacia el vacío de las horas por venir. No hay historia de amor más profunda que la que nace y muere en las miradas, un instante de gloria seguido de un olvido sin fisuras, como de niñez lejana, vivida en otro siglo, bajo otro nombre.
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Te vi lejos, perdida en algún cuadro con paisaje, cuando más cerca te tuve.
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O quizá pensé que tu nombre era sinónimo de lluvia. De lluvia o de bosque milenario, no lo sé. Te desnudaste sin decir nada, lentamente, como si fuera domingo por la tarde, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Puede que no fuera domingo, pero teníamos todo el tiempo del mundo. La muerte es infinita.
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Dice el Ermitaño que los poetas suelen escribir mal. Asegura que ése es su encanto. Yo te hablo como recién salido de un sueño. Para que entiendas sin entender. Para que ames sin amar. Para que escuches las descargas eléctricas de mi carne.
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Vivir fuera de encuadre, como pasando sin querer por el centro perfecto de un amor.


EN EFECTO, LA VIDA ES TRÁGICA

Se fuma porque la vida es trágica, dice el Ermitaño. Detrás de las ventanas, el incendio más lento. El castillo interior de los niños terribles. ¿Cuándo fuimos expulsados? ¿Por qué? El poder curativo del veneno, toda esa comedia afrancesada. Panfletos decorando el árbol del ahorcado. Catálogos de sogas a medida. Déjame que te cuente. Se trata de una historia tremendamente triste, como todos los cuentos para niños. Pero no debes preocuparte. Puedes darle la vuelta. Es una historia reversible. Hagas lo que hagas con ella, siempre te acaba explotando en las manos.