martes, 9 de febrero de 2010

Breves reflexiones de un voyeur aburrido


Cada poco tiempo asistimos a un nuevo final del mundo. Basta sentarse en el sofá de casa, frente al televisor. El Apocalipsis en directo, con el mando a distancia en una mano y en la otra una cerveza. Inevitable pensar en la sociedad que hemos construido, la que nos esforzamos por mantener. Entre sus logros: haber hecho posible esta enfermedad llamada depresión, por no hablar del número ingente de suicidios, silenciados por su falta de interés, o del fomento de la competencia entre los hombres, es decir, del canibalismo sin escrúpulos morales, eso sí, en un marco de ciega cristiandad. En fin, una auténtica esquizofrenia.
Nada más peligroso para la libertad que la propia libertad. Pienso en la libertad de prensa, en lo necesaria que es y en el daño que puede hacer. O más que en la libertad de prensa, en la necesidad de vender noticias, como si fueran una mercadería más. La gente está sedienta de sangre y espectáculo y los medios se deben a sus clientes. Así se acaba creando, de un modo injustificado, alarma social, lo que acaba repercutiendo en nuestra manera de ver el mundo y en las leyes que lo rigen. Un ejemplo: si de diez mil casos de reinserción falla uno, éste, automáticamente, se convierte en primera plana y de nuevo parece que el mundo se viene abajo, que nada funciona.
No sé si consuela o divierte más percatarse de que en realidad no hemos avanzado tanto, que los problemas de ayer son los problemas de hoy. Leyendo las Memorias de ultratumba de Chateaubriand me encuentro, tras una breve evocación de la estricta educación recibida durante su infancia, con esta reflexión de 1812: “Hay una diferencia abismal entre estos padres severos y los que hoy miman a sus hijos”. ¿Les resulta familiar?

UH, 09/02/10