martes, 16 de febrero de 2010

Miénteme, amor


Sin fingimiento no hay nada, ni civilización, ni buen sexo, ni literatura. Por tanto, es correcto afirmar que la vida (al menos la vida de aquellos que aprecian la civilización, el buen sexo y la literatura) orbita alrededor del fingimiento. Es algo que siempre me ha resultado de una claridad meridiana. Por eso me extraña que haya gente dispuesta a rebatir tal idea. Eres dogmático y simplista, me acusan. Pero qué gran hombre no ha sido dogmático y simplista. Y encima engreído, responden. Pero a cuento de qué todo esto. Muy sencillo: a cuento de las conclusiones a que llega el sexólogo Vicent Bataller tras analizar los resultados del Informe sobre hábitos de salud sexual entre la población española. Resumiendo: que tanto ellas como nosotros exageramos, es decir, fingimos. Pero querer ver en este fingimiento algo negativo, sin más, es no conocer los meandros del alma humana, es decir, nuestra naturaleza. ¿Acaso cree el buen sexólogo en la sinceridad absoluta? Es más, ¿la considera posible? Quizá lo fue en algún momento, cuando los peludos cavernícolas agarraban de la melena a las igualmente peludas cavernícolas y las ponían mirando hacia donde usted y yo sabemos. Y hablando de mujeres barbudas sin opción de decidir. La semana pasada un embajador árabe canceló su boda tras descubrir que su futura esposa tenía barba y era bizca. Como todo el mundo sabe, la belleza está en el interior, pero un envase decente hace mucho. Imagínense la cara del hombre cuando apartó el veló que ocultaba el rostro de su prometida. Luego extraña que en Francia se prohíba el uso del burka. Aunque como excusa semejante a la del exceso de alcohol no está mal.

UH, 16/02/10