martes, 30 de marzo de 2010

Pinchazos poéticos


La actualidad judicial, que se ha adueñado casi en exclusividad de las portadas de prensa, ha influido de forma notable en mi quehacer poético. ¿Que cómo se ha obrado el milagro? Muy sencillo. Yo andaba alicaído, sin fe en mis capacidades inventivas (recuerden que la literatura es invención, este refrito de imaginación y mentiras, algo así como la política), cuando me entró la paranoia. Se me ocurrió, en plena hinchazón del ego (debo recordarles que no soy político ni artista, por lo que tal hinchazón resulta inusual), que todos los jueces de este país habían decidido pinchar mi teléfono móvil. Casi pude verlos pegando sus orejas a los aparatos reproductores (de mi voz previamente grabada, se entiende). Me sentí acorralado, y eso que lo más ilegal (si es que este término admite gradaciones) que he perpetrado en mi vida ha sido descargarme música con el Emule. Pero fue hace ya tiempo, antes de la gran concienciación. Tiene que haber prescrito. De golpe me había transformado en un hombre histérico –adjetivo sospechoso aplicado a un varón. Como no tenía especial ilusión por verme sentado en el banquillo de las estrellas (pienso en el tándem Munar / Matas), empecé a hablar en clave, siendo yo el único conocedor de los códigos secretos. Evidentemente, nadie me entendía. Evidentemente, dejé de recibir llamadas. Lo raro es que me aficioné a este lenguaje críptico. Era cuestión de tiempo que afectara a mis poemas. Para mi sorpresa, pues se me estaba pasando el efecto, gustaron más que nunca. Los llamaron profundos y complejos. Incluso hubo quien, sin ruborizarse, habló de realidad trascendida. Automáticamente, dejé de leer periódicos. Ahora me curo con Antonio Machado.

UH, 30/03/10