domingo, 18 de abril de 2010

Domingo primaveral: Joseph Brodsky


Los domingos se hicieron para despertarse tarde y huir de casa después de un buen café con leche y una buena ducha. Existe la alternativa de emprender la excursión dominguera dejándose llevar por el azar, aunque –opción con menos encanto pero más ventajas– uno puede decidir previamente la ruta. Esto ha sido lo que he hecho. Me he dejado embaucar por un recuerdo desvaído de la niñez. Para el trayecto, Silvio Rodríguez. Hacía años que no escuchaba al cubano. Sus canciones me retrotraían a la isla de Fuerteventura. Recordaba aquellas tardes, aquellas noches de hotel mirando el océano mientras escuchaba de manera obsesiva el disco Mariposas. Allí escribí buena parte de los poemas que luego conformarían Al sur de todo mapa. Había dejado la autopista que tenía que llevarme a Camp de Mar para adentrarme en el túnel del tiempo. En tales ocasiones, resulta de lo más sencillo echarse a llorar. No suelen ser llantos violentos, sino pequeñas lágrimas que descienden lentas por las mejillas y van a morir entre los pelos del bigote. Pero no me he dejado enredar por la emoción. A la salida del túnel del tiempo me esperaba Camp de Mar. Un sol primaveral hacía que la costa mallorquina, al menos aquella porción, pudiese rivalizar con cualquier maravilla del mundo. He optado por sentarme en las rocas, a escasos metros del mar. Esta paz, este bienestar, deben constituir algún tipo de pecado o delito, he pensado. Después he extraído de mi cartera el libro Marca de agua, de Joseph Brodsky. Copio un pasaje subrayado: “Y me juré a mí mismo que, si alguna vez abandonaba mi imperio, si esta anguila conseguía escapar del Báltico, la primera cosa que haría sería venir a Venecia, alquilar una habitación en la planta baja de algún palazzo para que las olas levantadas por las embarcaciones, al pasar, salpicaran mi ventana, escribir un par de elegías al tiempo que apagaba mis cigarrillos en el húmedo suelo de piedra, toser y beber y, cuando me estuviese quedando sin dinero, en vez de subirme a un tren, comprarme una pequeña Browning y volarme la tapa de los sesos sin más miramientos, incapaz de morir en Venecia de causas naturales. Un sueño perfectamente decadente, por supuesto; pero, a los veintiséis años, quien tiene algo de cabeza es siempre un poco decadente”. Con todo, el pasaje que más me ha gustado ha sido aquél en que Brodsky describe la visita que, junto a Susan Sontag, realizó a la viuda de Erza Pound, la cual, sin que nadie le dijera nada, empezó a defender a su difunto esposo de los que le acusaban de fascista y antisemita. Según Joseph Brodsky, el principal error de los Cantos de Pound estriba en la búsqueda de la bellaza. Según el ruso nacionalizado estadounidense, la belleza nunca puede ser un objetivo, sino el subproducto de otra clase de empeño, a menudo de naturaleza muy corriente. Llegado a este punto, he decidido acercarme a Peguera para comer algo. La belleza, por qué no, también puede encontrarse en un Burger King. Para finalizar mi excursión, he optado por leer algunas páginas más en la playa, rodeado de alemanes barrigones y colorados. Ahora, ya en casa, escribo lo que ha sido mi día de hoy. Para así dificultar en algo el trabajo del olvido.