miércoles, 26 de mayo de 2010

Cada día escribo peor


De México me traje un virus estomacal bastante simpático y algunas cuestiones literarias bastante aburridas. Pese a la simpatía del virus, me permitirán que obvie el asunto. Mejor me centro en las cuestiones literarias. Y éstas, dicho sea de paso, nada tienen que ver con México. Digamos que ya las traía de casa. No son más que ideas que han ido cuajando en los últimos tiempos. Tienen que ver con la evolución o mutación que algunos sufrimos, y ya adelanto que las evoluciones o mutaciones no tienen por qué ser necesariamente buenas. El proceso es lento, pero llega un momento en que cristaliza y uno acaba viéndolo claro. Iré al grano: no me interesa, y ahora lo percibo sin dificultad, después de 20 días de desconexión casi absoluta, esa manera burda de tratar los supuestos grandes temas, los llamados temas profundos. Hablo de esas palabras que con tanta facilidad se escriben con mayúscula inicial: Alma, Tiempo, Muerte, Amor, etc. Entendamos: los temas son los de siempre. Me estoy refiriendo, repito, al modo de ser tratados, al tono que suele emplearse por influencia de una idea poética que dejó de estar vigente hace casi dos siglos. Es tan fácil caer en la ñoñería, en el discurso supuestamente profundo pero en realidad vacío. Alguien dice: “Dolor profundo del alma” y en realidad no está diciendo nada. Frases hechas. Lugares comunes. Marear la perdiz. Ya no puedo con eso. Prefiero que me cuentes lo que hiciste anoche. Y si te sentiste mal, que me expliques por qué. Y si no lo sabes, pues no pasa nada. Basta que digas: no tengo ni idea de por qué me siento mal. Quizá por esto me da por releer a tipos que leí cuando era un jovenzuelo melenudo. Quizá por esto cada día escribo peor.

ULTIMA HORA, 25/05/10