lunes, 31 de mayo de 2010

¡Hasta que la artrosis nos separe! [Disquisición sobre la Enfermedad y sus altibajos]


Caminaba por Aragón, del lado del Corte Inglés, cuando de pronto me asaltó una duda. Maticemos: escribir “de pronto” es una manera de resumir, de no hacerse pesado, de no reconstruir los pequeños acontecimientos que a la postre te llevan a la duda, pues eres tú el que se dirige a ella y no al revés. La duda permanece quieta, te espera en su sitio de siempre, como una fuente seca en el centro de la ciudad, como los viejos amores que sestean en tu cabeza. La duda, como suele ocurrir, se hizo visible en forma de pregunta. No se trataba de una pregunta rebuscada, fruto de una reflexión enfermiza tan propia de escritores empeñados en saturar sus escritos con nombres de filósofos y grupos musicales más o menos minoritarios, sino de una pregunta simple y directa, como un poema de Bukowski. ¿Y si esto no da más de sí? Aclaración: con “esto” se está haciendo referencia al “yo escribiente”. No se alude a la cantidad, sino a la calidad. Y este poner en duda la calidad deriva directamente en cuestionar el sentido del escribir. El paso siguiente, o sea, el inmediato peldaño en este descenso de once de la mañana y café en ciernes, no era otro que la eterna y cansina pregunta de los Bartlebys en potencia: ¿Sería capaz de vivir sin esto? Otra aclaración (sin duda innecesaria): con este otro “esto” se está haciendo referencia a la literatura, es decir, a la Enfermedad. (En este punto sería interesante introducir algún comentario sobre La conciencia de Zeno, de Italo Svevo). Estas preguntas, bastante tontas –dicho sea de paso–, hicieron que me detuviera en seco, lo cual originó que un viandante anónimo (para mí, se entiende) impactará contra mi espalda. Quise transformar el pequeño incidente en cuento metafórico con moraleja incluida, pero me dio pereza o me faltó imaginación. Pero vayamos al grano (en el epílogo a sus Cuentos reunidos, Saul Bellow recuerda con cariño a quienes, en algún momento de su vida, le recomendaron brevedad en los escritos, eliminar lo superfluo para quedarse con lo esencial. Yo también os recuerdo, mis amigos, y trato de haceros caso): Si verdaderamente ya hubiese dicho todo lo que tenía que decir (pero cómo saberlo), ¿tendría los cojones y la frialdad suficientes para renunciar o, por el contrario, seguiría tecleando gilipolleces hasta que la artrosis paralizase mis dedos? Sé lo que vas a decirme: que no se escribe para los otros, sino para uno mismo. Que mientras le sirva a uno, lo demás es superfluo, carece de importancia, etc. Literatura como terapia. (Aquí se confunde escribir con hacer literatura). Cojonudo. Algo irrenunciable, ya sé. ¿A ti te basta? Ok, enhorabuena. Convivir con el virus tiene su gracia. De hecho, hay virus buenos. Hace un tiempo, un grupo de científicos británicos probó en perros (y las pruebas tuvieron éxito) una terapia consistente en utilizar virus similares al del catarro para corregir una ceguera de origen genético. En fin, no se hable más. Que la literatura (o lo que sea que hago, que hacemos) me/nos cure o, en su defecto, alivie la ceguera. ¡Hasta que la artrosis nos separe! –mon semblade, –mon frère!

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