martes, 15 de junio de 2010

Gigantes


[En lugar del artículo publicado hoy en Última Hora[1], traigo al blog aquél con el que me estrené como articulista. Dentro de un par de meses hará tres años. Tres años escribiendo un artículo semanal. Llegado el momento lo celebraré. Recordad que os invite a una ronda. Si algo no nos falta a los poetas es pasta].


Tengo frente a mí una fotografía en la que Yao Ming, el pívot de los Houston Rockets, posa junto a su recién estrenada esposa, la también baloncestista Ye Li. Ambos sonríen, parecen felices y probablemente lo sean. Sin embargo, hay algo triste en esta imagen, o quizá se trate de mi particular manera de mirar el mundo. No sé, supongo que los gigantes siempre me hicieron pensar en el circo, y ya se sabe lo que pasa con los circos. Son lugares siniestros, cuando no melancólicos. Quizá esto mismo les suceda a todos los que, como yo, vieron Garras Humanas, de Tod Browning. De todos modos, no hace falta que nadie me lo diga: soy poco original. Los domingos deprimen, los circos ponen triste y las despedidas mejor cuanto más breves. Por no hablar de los tunos. La vida es un enorme lugar común, qué le vamos a hacer. Aunque quizá todo esto tenga que ver con la irrealidad. Las personas tan altas siempre me parecieron irreales, como algunos políticos o las modelos. Hay algo inasible y extraño en estas tres categorías de personas. Recuerdo la muerte en accidente de tráfico de Fernando Martín, aquel jugador del Real Madrid de baloncesto. Yo era un niño y mi mitomanía se ceñía estrictamente a lo deportivo. Estaba en el coche junto a mis padres. Entonces la radio dio la noticia. Nos quedamos sin saber qué decir. Años más tarde me volvió a pasar algo similar con la muerte de Kurt Cobain, pero esto es otra historia que nada tiene que ver con la altura, al menos con la altura física. El caso es que estábamos mis padres y yo en el coche, envueltos en una especie de silencio respetuoso y por mi parte incrédulo. No era posible. Cerré los ojos. Traté de imaginarme al ala-pívot del Real Madrid en un ataúd. No podía haber ataúdes tan grandes, la gente que muere nunca es tan alta. Era un niño, qué quieren que les diga. Por entonces la muerte era sólo un concepto difícil de manejar. Mejor lo dejo aquí. Me estoy poniendo triste, igual que los gigantes, y no llego al metro ochenta. Vuelvo a la fotografía y ahí están los recién casados, 4,19 metros de felicidad baloncestista. Sonríen y saludan. Se sienten muy arriba y no lo digo en un sentido literal. Empiezo a leer la noticia, pero no me interesa. A veces es mejor quedarse en la imagen, no avanzar ni profundizar. En realidad, hace tiempo que me dejó de interesar el baloncesto y, además, nunca he estado en un circo con gigantes.

ULTIMA HORA, 14/08/07

[1] Se trata de un artículo escrito hace unos dos años, un artículo que nunca tendría que haber visto la luz. Por aquel entonces estaba cabreado con mis vecinos. Las cosas han cambiado, por eso prefiero que el artículo muera en el olvido de la prensa diaria.