jueves, 17 de junio de 2010

Todavía no soy un eremita


Será porque vivimos en tiempo de despedidas, o porque están cerca los ansiados reencuentros, porque junio está loco y porque vuelvo a escuchar a cantautores que creía olvidados. Hablo con Cony a través de la webcam, por teléfono con Floriane, la ouija la reservo para mí. Miro hacia atrás. Hace exactamente dos años escribí este artículo. Sigo sin ser un eremita. La sabiduría que acumulo me acerca a la indigencia. Mi nombre en clave es Diógenes.


Para empezar, traigo aquí las palabras que un ex jefe de Comunicación de la Casa
Blanca le dijo al entrevistador norteamericano Bill Moyers: “El presidente
Reagan nunca dijo algo sustancial porque el público que quería alcanzar se
impacientaba con lo sustancial”. Esta cita, elocuente y tremenda a mi modo de
ver, la extraigo del libro Las alusiones perdidas, de Carlos Monsiváis. La
lucidez que demuestra el mexicano le arrastra al pesimismo, a veces a la
nostalgia, otras a la ironía. Desde el púlpito de su acervo cultural, advierte
del peligro del neoliberalismo (“el encumbramiento de una minoría depredadora”),
de la cultura del ahora sustentada meramente en la tecnología, de la
aniquilación progresiva y alarmante de las humanidades. La inmediatez, el culto
a las imágenes, el fracaso estrepitoso de la enseñanza tanto pública como
privada, la banalización de la cultura, su atrincheramiento en las zonas de
ocio, el desprecio por la complejidad, por el uso correcto del lenguaje, todo
esto se convierte en un caldo de cultivo óptimo para la proliferación de los
analfabetos funcionales. Los modelos a imitar en la actual cultura son
tremendos, horriblemente planos e imbéciles. El mérito no vende, todo es
marketing. Mientras escribo esto me viene a la cabeza el lamento de uno de los
personajes de esa monumental novela titulada 2666, de Roberto Bolaño.
Concretamente, se queja (escribo de memoria, ya que no tengo el libro a mano) de
que hoy en día ya nadie se atreve con las grandes obras, esas novelas totales,
torrenciales, a veces difíciles o farragosas, en que el escritor en cuestión
deja buena parte de su alma (si se me permite utilizar esta palabra), de su modo
de entender y no entender la realidad. En estos tiempos hechos de estadísticas,
tantos por ciento, índices de ventas o audiencias (es lo mismo), marcas y
minutos de fama televisiva, a los desfasados o “tardorománticos” sólo nos queda
encerrarnos en una suerte de elitismo impopular. Pero no se lo cuenten a nadie.
Todavía no soy un eremita. Tiempo al tiempo.


ULTIMA HORA, 17/06/08