sábado, 5 de junio de 2010

Sábado. El verbo perder

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Las ocho de la tarde. El sol sigue luciendo en el cielo. Esta mañana, después de desayunar, me puse con Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac. Lo terminé. Después bajé a la piscina con Dublinesca, de Enrique Vila-Matas. Leí. Nadé un poco. Escuché música: Iván Ferreiro, Gastelo, Eels, Wilko. De nuevo en casa, me tumbé en el sofá para proseguir con el libro del catalán. Pero me quedé dormido. Hasta la cinco. Me desperté con hambre, pero no tenía nada en la nevera. Recurrí a las Quelitas, esta suerte de tabla de náufrago de los mallorquines que viven solos, y a un trozo de queso no demasiado duro. Seguí leyendo, navegué por Internet, se me ocurrió una idea para una novela, pero no llegué a escribir nada. Ahora son las ocho de la tarde. He utilizado el pretérito perfecto simple porque parece que hayan pasado días. ¿Un sábado perdido? Que cada uno conjugue el verbo perder como le venga en gana. Yo me niego. Conectaré el Messenger para hablar con Cony. Después registraré el congelador, algo tiene que haber, estoy casi seguro. Finiquitaré el sábado viendo alguna película. El otro día me bajé Yo, robot. Creo que no soportaría ver una peli buena. Hoy no. O sea, que tiene todos los números para ser la elegida.

Ahora suena Needlessly, de Linda Draper.
Compartamos algo.
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