martes, 27 de julio de 2010

Verano, arte, goles


Los más perezosos relacionan el verano con la vida o la niñez, y no les falta razón. Y eso que una de las características principales de la niñez es su falta de autoconciencia, es decir, de ausencia de vida plena, de ahí la felicidad que irradia y su idealización posterior. Después, con la plenitud, llegan los dolores de cabeza y las secreciones, esto es, la realidad. Gracias a ella podemos disfrutar de las mayores creaciones artísticas, de la paradoja que encierran: el hecho artístico, posible gracias a esta realidad, nace de la manoseada y sempiterna insatisfacción que genera. Así podemos afirmar que el mejor arte se sustenta sobre la cuerda en tensión que une el deseo de ser feliz con el no menos importante deseo de crear una obra de arte digna de tan empalagoso título. Sabemos que la satisfacción plena (pongamos que existe) sólo puede dar, en el terreno artístico y en el mejor de los casos, obras menores, simpáticas piezas fácilmente olvidables. La insatisfacción, en cambio, suele ser madre y motor de las mejores creaciones. Esta dicotomía ha llevado a más de uno a la locura o al suicidio (si es que son cosas diferentes), convirtiendo en ocasiones su propia obra en mera anécdota de su biografía. Ahora, en pleno siglo 21, tan banal como apasionante, podemos afirmar que las mejores obras de arte son las biografías de los famosos que pululan por el mundo del arte, el deporte o las finanzas. Lo malo, sin embargo, es que el pasado siglo nos vacunó contra los excesos y las excentricidades, de ahí que, a estas alturas, todo nos resulte tan ridículo como insuficiente. Menos mal de Casillas, Iniesta o Puyol. Su actuación mundialista ha hecho este verano más llevadero.

ULTIMA HORA, 27/07/10