domingo, 1 de agosto de 2010

Bajo el primer sol de agosto

El verano y los domingos, el ritual del sol.
F chapoteaba en la piscina con su nueva sirenita comprada por un euro en una gasolinera mientras yo intentaba leer, tumbado en el césped, Cuando la noche obliga,
de Montero Glez. Tiene ritmo, el madrileño. Y mucha guasa.
Una lectura ideal para el verano, para aullar bajo el primer sol de agosto mientras tu hija te pide que juegues con ella, que pongas voz de sirenita y juegues con ella.
Durante el mes de julio apenas tengo tiempo para leer. Y menos para escribir.
Aprovecho los momentos en que F mira dibujos animados, dibujos animados que le enseñan a insultar, a pegar patadas para defenderse, que le cuentan que los malos (siempre feos) son vencidos irremediablemente por los buenos (siempre guapos).
Los niños de hoy, tan preparados. La paternidad…
Pero hablaba de los huecos que aprovecho para teclear como un loco,
sin tiempo para pensar, sin estrategia.
Se trata de una hemorragia, de una hemorragia que me mantiene con vida.
Durante este mes de julio he leído algunos libros.
Me gustó La quijada de Orce, de Iván Tubau.
Apenas sabía de su existencia. Una noche de cielo estrellado,
una noche ideal para la homosexualidad bajo el cielo estrellado de la isla de Ibiza,
el poeta Ben Clark me habló de él. En realidad, no me habló de Tubau,
sino que me leyó uno de sus poemas, ya no recuerdo cuál.
Aquello hizo que naciera una deuda. Este mes de julio la he saldado.
Por lo demás, tecleando el nombre del poeta en Google me he enterado de su polémica imitación invertida de Rubianes y del odio que despierta entre nacionalistas catalanes.
La gente se entretiene como puede.
A la debida distancia, todo acaba siendo un chiste,
un chiste tan triste como viejo, un chiste que te puede matar de la risa.
Sólo diré una cosa: lean a Iván Tubau, vale la pena.
También leí Viaje a pie, de Josep Pla.
Dicen del catalán que fue espía de Franco. Ya ven, me está saliendo azulona la entrada.
La entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano en el mítico programa A fondo, de RTVE, en el año 1976, no tiene desperdicio.
Pla es uno de esos autores que conviene leer con bolígrafo en mano, sin prejuicios. Su ritmo es pausado, pasea y mira y cuenta lo que ve, habla con la gente, reflexiona sobre su país, sobre los caminos y las gentes de su país. Pienso que Pla es un autor para ser leído en invierno, en un bar de pueblo mientras la tarde declina con el dominó de los parroquianos y el sonido del carrusel en los transistores.
Bares sin futuro, inmovilistas como Pla, como yo mismo.
Nunca me han gustado los cambios, los temo.
Los cambios nunca traen nada bueno.
Todos nuestros males provienen de nuestras ansias por cambiar, por no saber estarnos quietos.
El cambio es el diablo y el diablo es poderoso, el mejor negociante del mundo…
Por lo demás, leí la novela de Patricio Pron, El comienzo de la primavera. Alguien dijo del argentino que era el nuevo Bolaño y, ciertamente, algo bolañesco hay en las páginas de su libro. Esa épica sorda de la búsqueda, esos personajes a la deriva, desdibujándose en una desesperación extraña, bordeando un abismo indefinido y real como la fiebre de estas noches de verano, de estas putas noches estáticas y caldeadas en que ardo. De todos modos, la de Pron es una novela invernal, hecha de brumas y fantasmas y viajes en tren.
Algún libro más leí, pero empiezo a estar cansado.
Mejor lo dejo aquí. Tengo a F gritando mi nombre en la bañera
y un nuevo libro en marcha que, como siempre,
no me satisfará
y el odio suficiente y el amor
para plantarle cara
a lo que queda de verano.