sábado, 16 de octubre de 2010

Escribir, siempre escribir


El año que me concedieron el premio Hiperión por Al fin has conseguido que odie el blues (8 de cada 10 personas no dicen bien el título), aquel año, Rafael Courtoisie (¿cómo coño se pronuncia?), montevideano nacido en el 58, ganaba el decimocuarto Premio de Poesía Blas de Otero con su libro Casa de cosas, libro que por casualidad saqué el otro día de la biblioteca. Esta tarde empecé su lectura. Poemas dedicados a cucharas, tenedores, vasos; un Morandi de inclinaciones surrealistas dotado de ingenio y oficio. Pero si me he sentado frente al ordenador no ha sido para ejercer de crítico literario. Si me he sentado frente al ordenador ha sido para escribir que en la penúltima página del libro en cuestión se encuentra la típica lista de autores publicados en esa colección (colección Julio Nombela de la Asociación de escritores y artistas españoles). Estas listas de editoriales pequeñas, por lo general, me deprimen profundamente, ya que suelen ser listas extensas en las que no reconozco ningún nombre. Cientos, miles, millones de tipos anónimos encorvados como yo frente al ordenador para escribir sus libritos de mierda que sólo leen (quien dice leer, dice ojear) familiares, amigos y despistados. Esta vez, sin embargo, se obró la excepción. En el puesto 32 de la colección se halla Pedro Andreu y su libro Partida entre canallas, libro que ya descansaba en la librería de mi casa anterior. Este año, Pedro Andreu, poeta mallorquín al que no conozco personalmente, ganó el séptimo Premio Cafè Món con su poemario El frío. ¿Eran necesarias 257 palabras para contar esta anécdota intrascendente y aburrida? Seguramente no. El aburrimiento, ya se sabe. Pero dejen que continúe. El otro día, el también poeta mallorquín Joan Payeras (no sólo somos grandes tenistas y motoristas) me regaló su último poemario, Calle del Mar. Para mi pequeña sorpresa de sábado por la tarde, el libro se abre con una cita de Blas de Otero, una cita que dice: “esta angustia de ser y de sabernos / a un tiempo sombra, soledad y fuego”. Todo esto (nada, una tontería, modos de ver un horizonte o de matar el tiempo) en su conjunto ha hecho que me sentara frente al ordenador y me pusiera a escribir. Escribir, siempre escribir. Bueno, ya lo he contado, y ahora qué. Ahora nada. Leer un poco más, pegarme una ducha, salir a la calle. Necesito volver a odiar el blues.