miércoles, 13 de octubre de 2010

Usuarios de los transportes públicos


Los usuarios de los transportes públicos parecen tristes. Son los parientes pobres de los viajeros transoceánicos, los parias de la cinética urbana, los que se rozan sin pudor como amantes desgastados por un uso insatisfactorio. Su ropa retiene el olor del sudor corporal mezclado con el olor de los desodorantes, las colonias, el humo de cigarrillos y coches, los restos de orina, los alimentos, los alientos. El mundo, se sabe, es un lugar apestoso. Imagínate por un momento las nauseas que le entraron al primer extraterrestre que nos visitó. Las mismas que sientes cuando entras en uno de esos baños prefabricados instalados en plazas, o cuando hueles los condones usados, amontonados durante días en el cubo de la basura. Decir que los hijos que no tuvimos apestan no es falta de sensibilidad, es ser realista. Por lo demás, todos los tíos se imaginan conociendo a una tía en algún vagón de tren, en plan Ethan Hawke. Una conversación inteligente y algo frívola. La coincidencia de bajarse en la misma parada. Un paseo por la ciudad al atardecer, las primeras confidencias, la complicidad turbadora. Todo muy tierno. Todos los tíos se imaginan follándose a esa misma damisela en plan Nacho Vidal, ya terminado el asunto de las frases brillantes. Compruebo el móvil. Ninguna llamada perdida. Ningún mensaje. Me convenzo de que todavía es posible que acuda a nuestra cita. Para entretener la espera, me dedico a mirar los culos de todas las tías que pasan por delante. No hay otra cosa que hacer en esta estación. No estaría mal tener la carita de Ethan Hawke y la polla de Nacho Vidal. Pero tengo que conformarme con mi semblante triste de usuario anónimo de los transportes públicos.

ULTIMA HORA, 12/10/10