Imaginemos que tengo un amigo y que ese amigo es o quiere ser escritor.
Digamos que está en un momento delicado de su vida, un momento de gran
inseguridad. Todo a su alrededor parece indicarle que no alcanzará sus sueños,
aunque sería más acertado decir su sueño, ya que desde siempre sólo persiguió
una cosa. Es decir, tiene muchos números para convertirse en un desgraciado.
Pero quién no los tiene. El caso es que el otro día me llama y me cuenta que
últimamente se pasea con un maletín de piel marrón, una cosa horrible en la que
lleva un ejemplar de su libro con el objeto de intentar trabajar en él, esté
donde esté. Pero no tiene tiempo. Nunca tiene tiempo. A lo máximo que llega es a
leer cosas sueltas (libros de poemas o de relatos breves), y en ocasiones lo
consigue gracias a la magnífica excusa de encerrarse en el baño para cagar.
Ya se sabe, le respondo, la literatura se alía hasta con la mierda con
tal de subsistir.
(*) Fragmento de la novela La historia que no pude o no supe escribir (Ediciones Baile del Sol, 2009).
Ahora que ya cobré los derechos de autor después del primer año de vida de la novela creo que es un buen momento para recordar y festejar este librito que me ha permitido dejar mi trabajo y dedicarme exclusivamente a leer, viajar y escribir. Desde aquí quiero dar las gracias a los millones de personas que se lo compraron.