Influido por el libro Verano, de J. M. Coetzee, contacto con una ex novia, a la que hace tiempo que no veo, para que me cuente, “de manera totalmente sincera”, cómo me recuerda, qué impresión le dejé como pareja. Le insisto en que no se guarde nada, en que no tenga miedo a herirme. A continuación transcribo algunos fragmentos pertenecientes a su respuesta. La supresión de algunos pasajes se debe, por un lado, a la falta de espacio; por otro, a una cuestión de intimidad. Incluso los escritores marcadamente autobiográficos tenemos este derecho. Dice mi ex novia: “Lo que siempre me molestó fue tu frialdad, la distancia en la que te refugiabas. Esto me torturaba, me hacía sentir en la periferia, lejos del centro de tu vida, de las cosas realmente importantes para ti. Durante mucho tiempo pensé que aquella actitud era fruto del miedo, ya sabes, el miedo a que te hagan daño, incluso el miedo a hacerlo tú. Todos, en mayor o menor medida, nos armamos con este tipo de precauciones. Pero estaba equivocada. No había estrategia ni miedo, simplemente carencia, imposibilidad por tu parte de ir más allá. No te ofendas, pero creo que sufres una suerte de autismo, un autismo sentimental. Las cosas no te afectan porque tu corazón no termina de funcionar bien (…) Me enteré de que fuiste padre y tal vez esto te haya cambiado, pero permíteme que lo dude. Las personas, en lo esencial, no cambian. Pueden esforzarse en mejorar, pero la esencia sigue siendo la misma, por lo que compadezco a tu pareja actual, si es que la tienes (…)”. Una vez leído el correo, me pregunto cuánto hay de cierto en sus apreciaciones. Mejor abandono el experimento. La ignorancia, se sabe, es un don.
ULTIMA HORA, 30/11/10