Diez años antes de su encuentro, ella supo de él. Un tipo del que se creía enamorada le regaló uno de sus libros. Por razones inexplicables, aquel libro fue importante para ella, supuso el término o el principio de algo. Al final todo es fluir, despeñadero inquebrantable, pese a que nos empeñamos en sembrar el camino de hitos emblemáticos, mojones a los que el tiempo desdibuja su función. Pasaron los amantes, los libros, los veranos. Blogs y Facebook volvieron el mundo más pequeño. Ya no existe escritor o taxidermista que no tenga su club de fans. Llegó su cumpleaños, el de ella, y nuevamente por razones inexplicables se acordó del nombre del autor de aquel libro que le habían regalado diez años atrás. Dio con él. Le envió un mail breve, enigmático, halagador. La mecha ya estaba prendida o el anzuelo clavado (cualquier tópico vale), por lo que era cuestión de tiempo que acabaran paseando por una ciudad, la de ella, que asumía a la perfección su papel de decorado. Hablaron de amantes y novelas. Tuvieron la cautela de no pintarse demasiado estupendos. En el momento de besarse, la prudencia (la de ella) y el orgullo (el de él), en combinación con el miedo de ambos, malograron el beso y él la vio alejarse por una plaza atestada de gente. No tenía que tomar el avión de regreso hasta el día después, así que decidió emborracharse. El alcohol y la novedad de las calles lo volvieron intrépido. Acabó durmiendo con una argentina de Bahía Blanca, ciudad natal de Jorge Boccanera, uno de sus poetas preferidos. Para colmo, se llamaba Victoria. Todavía viven juntos. Se compraron un perro y una casa. Ella, la propiciadora, nunca olvida felicitarles las Navidades a través de Facebook.
ULTIMA HORA, 04/01/11