Cuenta lo tuyo, lo que te toca, lo íntimo; no hay otra forma de ser universal, es más: no hay otra forma de decir algo. No el Viaje, sino aquel trayecto en tren de La Tour de Carol a Toulouse, o aquel otro en coche de Tucumán a Salta; no el Desamor, sino tus minutos esperando a que ella regresara, la mirada fija en la ropa tendida de los vecinos, o aquella noche en que hicisteis el amor y terminó llorando, recluida en su silencio. Hablar de la Muerte y hablar de nada es lo mismo; hablar de todo lo que pasó por tu cabeza mientras el cura de turno oficiaba el funeral por tu abuela o tu padre es desnudar la muerte, es decir lo único digno que merece ser dicho sobre la muerte. De adolescente sentía atracción por las grandes palabras. Con el tiempo llegué a descubrir que tras ellas existe un hueco de dimensiones cósmicas, un hueco en el que es fácil perderse. Allí gritas y el silencio te devuelve tu voz. No el Mar, sino la decisión que tomaste después de contemplarlo durante más de tres horas, sentado en la terraza de un bar del Molinar; no la Angustia, sino la espera en un pasillo de Son Espases mientras operan a tu marido o a tu hija; no la Alegría, sino la manera en que sus labios sonrieron antes de decir sí. Elias Canetti lo dejó escrito en una de sus notas: “Di tus cosas más personales, dilas, es lo único que importa”. El lugar común será tu peor enemigo, y las grandes palabras, su mejor aliado. Por eso tienes que decir lo tuyo. Diciendo lo tuyo, lo más personal, dirás lo de todos, crearás un lugar donde otros, ajenos a ti, se podrán reconocer. De eso se trata. Bye bye, Cioran. Adiós, Invierno. Que les den por el culo al Ser y a la Nada. Aquí dejo mi poética de hoy. Se abre la veda.
ULTIMA HORA, 15/02/11