Dicen que son tiempos difíciles; la gente anda irritada, dispuesta a saltar a la mínima excusa. Yo mismo, el otro día, casi me enredo en una discusión absurda con el vigilante de un parking público. Esto me lleva a pensar que debemos haber alcanzado un pico de bienestar inasumible. Pienso a escala mundial-occidental y en términos de especie y décadas. Nuestra necesidad de negatividad nos puede. Como dice el pensador alemán Odo Marquard, “cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo; más bien se dan por supuestos, y la atención se concentra entonces en los males que continúan existiendo”. O sea, que “quien, gracias al progreso, cada vez tiene menos causas de sufrimiento, sufre cada vez más debido a las pocas que quedan”. Hojeo la prensa y los titulares me reafirman en esta idea. Ahora nos sublevamos por no poder fumar en los bares o por no poder bajarnos música o películas gratis. Resulta bastante significativo. Por no hablar del número de suicidios y depresiones que padecemos. Necesitamos del sufrimiento y del mal para no deprimirnos, para valorar lo que poseemos. Curiosa especie, la humana. ¿Existe solución? No, no existe, y ahí está la gracia. Como dice Vargas Llosa al comentar La muerte en Venecia, de Thomas Mann, “la razón, el orden, la virtud, aseguran el progreso del conglomerado humano pero rara vez bastan para hacer la felicidad de los individuos, en quienes los instintos reprimidos en nombre del bien social están siempre al acecho, esperando la oportunidad de manifestarse para exigir de la vida aquella intensidad y aquellos excesos que, en última instancia, conducen a la destrucción y a la muerte”.
ULTIMA HORA, 01/02/11