viernes, 4 de febrero de 2011

La extraña historia del hombre que amaba los pisos piloto (2)


Curiosamente, también mis padres se conocieron en un piso piloto. Así pues, podríamos hablar de una predisposición familiar a este tipo de inicios. Al no tener hermanos ni primos que puedan tirar por tierra esta teoría de la predisposición familiar (tanto mi padre como mi madre son hijos únicos) y al no haber conocido a ninguno de mis abuelos y no haber estos narrado a sus descendientes, cuando pudieron, las circunstancias en que se conocieron, cabe concluir que se trata, hasta donde puede saberse, de una tradición familiar sin fisuras, de un rasgo distintivo propio. Un rasgo que morirá conmigo, puesto que no puedo tener hijos. En su momento pensé que esta circunstancia, la de mi esterilidad, iba a poner en peligro mi relación con Yoko, así se llama la mujer que cambió mi vida, pero para mi sorpresa no le dio la más mínima importancia. Esto, que debiera haberme hecho feliz y, si no feliz, sí debiera al menos haberme aliviado, me sumió, como suele decirse, en un mar de dudas, llegándome a plantear la naturaleza de nuestra relación. Pero plantearse la naturaleza de las cosas y, más aún, de las relaciones que se establecen entre dos personas inmersas en una relación sentimental, no es más que una enorme estupidez sin sentido, pero la vida en general y la vida en pareja en particular te llevan, inexorablemente, a plantearte cosas de una estupidez admirable, indignas de personas consideradas medianamente sensatas.